Esta
es la reflexión que Ada nos ha entregado hoy tras la lectura del
libro, tras el coloquio en el aula. Qué inmenso regalo sus palabras.
“Ahora
comprendía cual era el secreto del fuego. Era en él donde podía
encontrarse con todos los que le pertenecían. Ya estuviesen vivos o
muertos, ya viviesen cerca o en un lugar lejano. En el fuego todo
quedaba guardado.” Este es,
para Sofía, el secreto del fuego. ¿Y para nosotros? Por muy
distintos que sean nuestros entornos y nuestras vidas, algo de este
secreto sí que podemos entender y compartir.
Aquí
en Collado Villalba, entre la carretera vial sur y el coto de Las
Suertes, hay una depuradora, con una antorcha. La mayoría de las
veces que paso por ahí, está encendida. Y siempre que mi padre y yo
salimos de noche por cualquier razón, aparcamos el coche ahí y nos
paramos a mirar el fuego. Tal vez ahí se acaben las similitudes
entre mi vida y la de Sofía, pero estoy de acuerdo con ella en que
en el fuego quedan guardadas cosas a las que tal vez no podríamos
acceder de otra manera que mirándolo.
Mi
vida tiene muy poco que ver con la de Sofía: haría falta mucho más
papel para enumerar las diferencias, pero no hace falta pensar
demasiado para darse cuenta de que yo nunca tendría que pasar por
todo lo que pasó Sofía, y su historia no podría haber ocurrido
aquí, en Madrid. En definitiva, no podemos negar que comparados con
ella, tenemos mucha suerte.
Pero
el lugar en el que hayamos nacido no impide que nos sintamos
identificados con Sofía, porque aunque lo que los provoque pueda
variar mucho, los pensamientos y las emociones de las personas se
pueden parecer bastante. Y ahora que conocemos su historia, tal vez
hasta veamos su cara algún día en la antorcha de la depuradora…
Y aquí
un fragmento del libro en el que (desgraciadamente) mucha gente se
podría ver reflejada:
"Aquí
viviremos" pensó. "Pero a mi padre Hapakatanda no lo
volveré a ver nunca más. Ni a todos los demás que eran amigos
míos, mi familia. Tampoco volveré a ver a los perros."
De
pronto se dio cuenta de que estaba llorando. Era como si ahora se
atreviera por primera vez a sentir toda la tristeza que llevaba
dentro. Si toda la pena que sentía se pusiera en una cesta colocada
en la cabeza, se derrumbaría sin remedio. Era demasiado pequeña
para llevar una cesta tan pesada.
Aún
así sabía que estaba obligada a llevarla. Siempre estaría ahí, la
cesta de la tristeza. Toda su vida.
Supongo
que a todo el mundo le ha pasado alguna vez: en el momento en el que
te ocurre alguna desgracia no sientes nada. Estás confortablemente
entumecido. Pero inevitablemente llegará el momento en el que
sientas, porque siempre hay algo al otro lado del muro. Como cuando
llueve tan poco que crees que no te vas a mojar y ni siquiera notas
el agua, pero al llegar a casa llevas la ropa tan mojada que te pesa.
Y
por supuesto, todo el mundo sabe lo que es perder a un ser querido.
Ese momento en el que te das cuenta de algo que ya sabías, pero que
de alguna manera, no habías llegado a asimilar del todo: “No
lo volveré a ver nunca más”. En
ese momento es como si se hubiese deshilado algo que llevabas mucho
tiempo tejiendo con cuidado. Crees que nada volverá a ser igual, que
no hay manera de arreglarlo, que tu vida se ha despedazado. Pero como
dice Fátima, hay costuras invisibles entre las personas, lo que
significa que nada está nunca roto del todo, sobre todo mientras
sigas teniendo hilos para arreglarlo.
Personalmente,
creo que aunque a nadie le gustaría tener que vivir situaciones así,
la historia de Sofía debería ser un ejemplo para todo el mundo. Lo
que le ha tocado vivir ha sido como un hilo y una aguja que no se
terminan de enhebrar, y que cuando lo hacen, vuelven a separarse muy
rápido. Pero Sofía ha conseguido dominar la aguja y el hilo y ahora
los tiene firmemente unidos a la máquina de coser que le cedió
Totio. Cuando el mundo le ha derribado, Sofía se ha levantado, ha
tardado más o menos tiempo en hacerlo pero lo ha hecho; y de cada
golpe ha salido más fuerte que antes. Después del accidente que le
cambia la vida cambia como persona; crece y se arriesga a perderlo
todo, pero al final acaba ganando. Irónicamente, perder las piernas
le hace ser más independiente que nunca.
Tal
vez todos necesitamos que el mundo nos derribe, derrumbarnos bajo el
peso de la cesta de la tristeza, que la aguja no enhebre, o tal vez
incluso acabar haciendo cosas que no deberíamos, como robar una tela
blanca, si esto nos hace volver a levantarnos. Incluso si eso nos
pone en riesgo de acabar como esa anciana que se sentó por el camino
y no volvió a levantarse.
Pero
una cosa es segura: Sofía es invencible. Como un fuego que acaba
acumulando tanta sabiduría que poca gente descifra su secreto, que
se alimenta de todos los obstáculos que hay a su paso, y los consume
hasta unificarlos en un polvo negro que acaba llevándose el viento…
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