martes, 8 de noviembre de 2016

El secreto del fuego (continuación del post anterior)

Esta es la reflexión que Ada nos ha entregado hoy tras la lectura del libro, tras el coloquio en el aula. Qué inmenso regalo sus palabras.


Ahora comprendía cual era el secreto del fuego. Era en él donde podía encontrarse con todos los que le pertenecían. Ya estuviesen vivos o muertos, ya viviesen cerca o en un lugar lejano. En el fuego todo quedaba guardado.” Este es, para Sofía, el secreto del fuego. ¿Y para nosotros? Por muy distintos que sean nuestros entornos y nuestras vidas, algo de este secreto sí que podemos entender y compartir.

Aquí en Collado Villalba, entre la carretera vial sur y el coto de Las Suertes, hay una depuradora, con una antorcha. La mayoría de las veces que paso por ahí, está encendida. Y siempre que mi padre y yo salimos de noche por cualquier razón, aparcamos el coche ahí y nos paramos a mirar el fuego. Tal vez ahí se acaben las similitudes entre mi vida y la de Sofía, pero estoy de acuerdo con ella en que en el fuego quedan guardadas cosas a las que tal vez no podríamos acceder de otra manera que mirándolo.

Mi vida tiene muy poco que ver con la de Sofía: haría falta mucho más papel para enumerar las diferencias, pero no hace falta pensar demasiado para darse cuenta de que yo nunca tendría que pasar por todo lo que pasó Sofía, y su historia no podría haber ocurrido aquí, en Madrid. En definitiva, no podemos negar que comparados con ella, tenemos mucha suerte.

Pero el lugar en el que hayamos nacido no impide que nos sintamos identificados con Sofía, porque aunque lo que los provoque pueda variar mucho, los pensamientos y las emociones de las personas se pueden parecer bastante. Y ahora que conocemos su historia, tal vez hasta veamos su cara algún día en la antorcha de la depuradora…


Y aquí un fragmento del libro en el que (desgraciadamente) mucha gente se podría ver reflejada:

"Aquí viviremos" pensó. "Pero a mi padre Hapakatanda no lo volveré a ver nunca más. Ni a todos los demás que eran amigos míos, mi familia. Tampoco volveré a ver a los perros."

De pronto se dio cuenta de que estaba llorando. Era como si ahora se atreviera por primera vez a sentir toda la tristeza que llevaba dentro. Si toda la pena que sentía se pusiera en una cesta colocada en la cabeza, se derrumbaría sin remedio. Era demasiado pequeña para llevar una cesta tan pesada. 
 
Aún así sabía que estaba obligada a llevarla. Siempre estaría ahí, la cesta de la tristeza. Toda su vida.

Supongo que a todo el mundo le ha pasado alguna vez: en el momento en el que te ocurre alguna desgracia no sientes nada. Estás confortablemente entumecido. Pero inevitablemente llegará el momento en el que sientas, porque siempre hay algo al otro lado del muro. Como cuando llueve tan poco que crees que no te vas a mojar y ni siquiera notas el agua, pero al llegar a casa llevas la ropa tan mojada que te pesa.

Y por supuesto, todo el mundo sabe lo que es perder a un ser querido. Ese momento en el que te das cuenta de algo que ya sabías, pero que de alguna manera, no habías llegado a asimilar del todo: “No lo volveré a ver nunca más”. En ese momento es como si se hubiese deshilado algo que llevabas mucho tiempo tejiendo con cuidado. Crees que nada volverá a ser igual, que no hay manera de arreglarlo, que tu vida se ha despedazado. Pero como dice Fátima, hay costuras invisibles entre las personas, lo que significa que nada está nunca roto del todo, sobre todo mientras sigas teniendo hilos para arreglarlo.

Personalmente, creo que aunque a nadie le gustaría tener que vivir situaciones así, la historia de Sofía debería ser un ejemplo para todo el mundo. Lo que le ha tocado vivir ha sido como un hilo y una aguja que no se terminan de enhebrar, y que cuando lo hacen, vuelven a separarse muy rápido. Pero Sofía ha conseguido dominar la aguja y el hilo y ahora los tiene firmemente unidos a la máquina de coser que le cedió Totio. Cuando el mundo le ha derribado, Sofía se ha levantado, ha tardado más o menos tiempo en hacerlo pero lo ha hecho; y de cada golpe ha salido más fuerte que antes. Después del accidente que le cambia la vida cambia como persona; crece y se arriesga a perderlo todo, pero al final acaba ganando. Irónicamente, perder las piernas le hace ser más independiente que nunca.

Tal vez todos necesitamos que el mundo nos derribe, derrumbarnos bajo el peso de la cesta de la tristeza, que la aguja no enhebre, o tal vez incluso acabar haciendo cosas que no deberíamos, como robar una tela blanca, si esto nos hace volver a levantarnos. Incluso si eso nos pone en riesgo de acabar como esa anciana que se sentó por el camino y no volvió a levantarse.

Pero una cosa es segura: Sofía es invencible. Como un fuego que acaba acumulando tanta sabiduría que poca gente descifra su secreto, que se alimenta de todos los obstáculos que hay a su paso, y los consume hasta unificarlos en un polvo negro que acaba llevándose el viento…

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