En unos días empieza
el curso. La LOMCE que tanto combatimos en las calles es ya una
realidad en las aulas. Arrancó hace dos cursos en Primaria y
concluye ahora su implantación en Secundaria. Viene además
acompañada de la amenaza de las reválidas, ese examen global sin
cuya superación los estudiantes se quedan sin el título de
secundaria por más que hayan aprobado todas las asignaturas del
curso. ¿Cómo preparar una programación de Lengua Castellana y
Literatura para 4º de ESO que intente conciliar la honestidad
profesional -la contribución al desarrollo de la competencia
comunicativa de nuestro alumnado desde unos cimientos éticos- y la
mirada estratégica frente a la amenaza de unas reválidas que
acabarán por seleccionar unos estándares de aprendizaje y no otros
como "saber legítimo"?
Lo más socorrido, sin
duda, es acudir al libro de texto. Él nos ahorra la tarea de bucear
en los decretos curriculares y parece augurar una correspondencia
entre su particular lectura del currículo y la que probablemente
hagan los responsables de diseñar las reválidas. Tendremos, así,
cubiertas las espaldas.
Pero algunos docentes
nos resistimos a claudicar. Llevamos años -décadas- prescindiendo
del libro de texto y denunciando cómo estos conculcan una y otra vez
los decretos ministeriales. Tanto lamentarnos del constante vaivén
de leyes educativas y nada más parecido a un libro de texto que otro
correspondiente a la ley anterior. Un tema de más, un tema de menos;
una foto aquí y un gráfico acullá. Pero por más que desde la
LOGSE los currículos de Lengua y Literatura opten por un enfoque
comunicativo -sí, hasta el de la LOMCE-, los libros de texto siguen
siendo deudores en la mayoría de los casos de los enfoques formales
que hacen de la enseñanza de la gramática y de la historiografía
literaria nacional sus dos pilares inamovibles. "¿De qué das
clase?", me preguntan a veces. "De Lengua y Literatura",
contesto. "¡Ah, sí, lo de las frases y los autores!" Y
ahí seguimos.
Cierto que los decretos
que desarrollan los currículos de lengua y literatura -decía-
apuestan (o dicen apostar) por los enfoques comunicativos, esto es,
por enseñar no tanto a saber cosas sobre las palabras como a
hacer cosas con las palabras:
hablar, escuchar, leer y escribir en diferentes contextos de uso y
con diferentes propósitos comunicativos. Apuestan también -de hecho
así se denomina ley tras ley uno de los bloques de contenidos- por
la "educación
literaria" frente a
la tradicional "enseñanza de la literatura": esto es, el objetivo no es tanto la transmisión del patrimonio historiográfico
nacional como el desarrollo de una serie de habilidades que permitan
acceder a la lectura de obras cada vez más complejas (y a lecturas
cada vez más complejas de las obras) en el afán de contribuir al
fomento del hábito lector y de dar acceso a un imaginario
compartido, a un cierto mapa de la cultura.
Sin embargo, bien es
cierto, no todas las leyes son iguales. Y ello por una razón bien
sencilla: porque en unos casos sí advertimos coherencia entre los
objetivos que se dice perseguir y el desglose ulterior de contenidos
y criterios de evaluación mientras que en otros, bien al
contrario, la incoherencia entre objetivos y contenidos (o entre
contenidos y criterios de evaluación) es flagrante. Si a esto
añadimos el grado de incoherencia que advertimos a veces entre el
decreto de mínimos –la primera concreción del currículo, la que
fija el Ministerio con ámbito estatal- y los desarrollos
autonómicos... el desconcierto es absoluto: basta con echar un
vistazo a las diecisiete mutaciones que sufrió la LOE según las
comunidades autónomas, coherentes algunas con la vértebra de la ley
y tan hipertrofiadas otras de contenidos gramaticales y de historia
literaria (así
en las comunidades de gobierno conservador).
Aunque no es menos cierto también que las editoriales de los libros
de texto se han encargado siempre de homogeneizar lo heterogéneo. Año tras año, las rutinas escolares han pesado mucho más
que las reformas educativas.
Llega, ahora, la LOMCE,
y con ella no solo una nueva -y enormemente segregadora- arquitectura
escolar, sino también, otra vez, nuevos currículos. Nuestro primer
compromiso ha de ser una lectura atenta de los mismos y ver de qué
manera podemos luego combinar sus ingredientes en unos menús que
resulten, a ser posible, tan apetitosos como saludables y nutritivos.
¡Me encanta tu texto,Guadalupe!
ResponderEliminarSoy"vecina", del Mariano Benlliure, cada vez màs atrofiada y desencantada entre programaciones y editoriales "gramaticalicoides y ortograficareras".
¡Gracias por tu lucidez!
Gracias a ti, Cristina. Reconforta saber que cada vez somos más quienes creemos que otra educación lingüística y literaria es posible.¡Por eso es importante construir redes de resistencia y de construcción de alternativas!
ResponderEliminar