lunes, 5 de diciembre de 2016

Estructura de las palabras: ¿Etiquetar o manipular?

¿Es tan importante que estudiantes de Secundaria determinen sin asomo de duda si el morfema -ar es en el verbo cantar un morfema flexivo o un sufijo derivativo; si las palabras milhojas o triángulo están formadas por lexema+lexema o por prefijo+lexema; si enhebrar es palabra derivada o parasintética o si homosexual, lumbalgia o cinéfilo son compuestas o derivadas?

Quizá sean estos en ocasiones los ejemplos con que algunos profes "van a pillar" a sus estudiantes. O aquellos que, por el contrario, se cuelan inadvertidamente cuando lo que se pretendía era proponer un ejercicio sin complicaciones. Si en muchos casos ni los docentes estamos de acuerdo, los manuales discrepan, o la mismísima gramática de la DRAE lo deja abierto, ¿debemos pedir que estudiantes de quince o dieceiséis años sellen las palabras con una etiqueta inequívoca?

El pasado mes de septiembre tuve que corregir los exámenes de una compañera que ya no estaba en el centro. Una de las preguntas consistía en clasificar una serie de palabras en simples, compuestas, derivadas o parasintéticas. Entre ellas estaba la palabra malhumorado. Si nos poníamos puristas -la parasíntesis es, según la RAE, el resultado de un proceso de composición y prefijación simultánea (mileurista) o incluso de prefijación y sufijación simultáneas (entristecer)-, la respuesta era inequívocamente una. Existe malhumor, palabra compuesta, de donde el adjetivo malhumorado, derivada de la anterior. Sin embargo, el Manual de la Nueva gramática de la lengua española afirma que las palabras compuestas de adverbio+adjetivo como bienaventurado, bienintencionado, malsonante o malsano "son consideradas habitualmente palabras parasintéticas" (11.7.1b). Algunos estudiantes contestaron que la palabra era compuesta. Otros, que derivada. Unos pocos la colocaron en la columna de las parasintéticas. Debo confesar que di por válidas todas estas respuestas.




Pero la palabra quedó rondando en mi cabeza.
  • ¿Existe el verbo malhumorar? Es cierto que aparece en el DRAE, pero ¿lo usamos? Malhumorado, entonces, ¿adjetivo o participio? Si hubieran debido hacer el análisis morfológico completo, a ciencia cierta hubieran dudado entre (1) -ado como morfema flexivo y (2) -ad- sufijo + -o morfema de género. Ni que decir tiene si lo que hubiera aparecido hubiera sido la palabra esperado, tal cual, sin contexto de referencia, las dudas hubieran sido irresolubles.

  • Comparemos malhumorado y bienintencionado: ¿el proceso de formación es el mismo?

  • Busquemos palabras compuestas con los lexemas mal o bien: maltratar, malhablado, malnacido, maltraer... ¿Cuáles de ellas se presentan en parejas de antónimos: maldecir/bendecir; malgastar/*biengastar? ¿Aparecen siempre mal o bien al comienzo de la palabra compuesta? ¿Algún contrajemplo? ¿Con qué clases de palabras se combinan?

  • Pensemos ahora en palabras derivadas de mal: malito, malísimo, malote, malucho, maleante, maldad. ¿Maligno? En ellas, mal ¿es adjetivo o adverbio? Malito/buenito; malísimo/buenísimo; malote/¿?  Sigamos buscando pares.

  • Malamente es un adverbio formado con la incorporación del sufijo -mente. ¿Qué adjetivos admiten en sufijo -mente para formar adverbios? ¿Cuáles no? ¿Es posible generalizar alguna norma?

Todo ello se me antoja mucho más interesante y formativo que la pura taxonomía. Nos obliga, qué duda cabe, a poner la lengua que usamos a una cierta distancia y reflexionar sobre ella con actitud científica, pero también a aterrizar constantemente en los usos cotidianos de las palabras: 
  • Comparemos el par cierto/ciertamente con seguro/seguramente. ¿Son idénticos? 
  • ¿Por qué si -ista es un sufijo invariable en cuanto al género la palabra modisto se ha incorporado sin resistencias al uso y al DRAE? 
  • Comparemos el par amante/presidente. ¿Cómo forman el femenino? 
  • Y aún hay más: ¿Concejal o concejala? ¿Juez o jueza? ¿Médico o médica? Aunque esto, seguramente, merece otra entrada.

Hace muchos años que intento abordar la morfología con mis estudiantes desde este enfoque, incitándolos a comparar, generalizar, buscar contrajemplos, razonar, crear... desde el convencimiento -y la constatación empírica- de que eso sí les seduce, cultiva su curiosidad por el lenguaje y contribuye a afinar su conciencia lingüística.

Cierro la entrada con un divertido texto de Mario Benedetti que abre la puerta a un sinfín de juegos en este sentido.

  TODO LO CONTRARIO
Veamos —dijo el profesor—. ¿Alguno de ustedes sabe qué es lo contrario de IN?
—OUT — respondió prestamente un alumno.
—No es obligatorio pensar en inglés. En español, lo contrario de IN (como prefijo privativo, claro) suele ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.
—Sí, ya sé: insensato y sensato, indócil y dócil, ¿no?
—Parcialmente correcto. No olvide, muchacho, que lo contrario del invierno no es el vierno sino el verano.
—No se burle, profesor.
—Vamos a ver. ¿Sería capaz de formar una frase, más o menos coherente, con palabras que, si son despojadas del prefijo IN, no confirman la ortodoxia gramatical?
—Probaré, profesor: “Aquel dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió dulgente pero dómito, hizo ventario de las famias con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento”.
—Sulso pero pecable —admitió sin euforia el profesor.





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