Las
artes, sí, son espacio –y por eso forma- y son también tiempo –y por eso
historias, historia-. Las artes –las artes plásticas y la literatura, la
literatura y la música- se entretejen, se enlazan, se nutren recíprocamente y
se fecundan constantemente. Y, al cabo de los años, de los siglos, es el hombre
o mujer que a ellas se acerca quien establece nuevas y misteriosas conexiones
entre unas obras y otras en función de su propia urdimbre interior, que es,
como ocurre con los propios artistas, en parte hija de su tiempo, en parte
fruto de su propia singularidad.
Por eso
en la educación artística –que se da inevitablemente en cada uno de nosotros de
manera más o menos planificada- la educación literaria es un componente
imprescindible. Necesitamos historias y son miles las historias que nos salen
al paso. Y es a través de ese conocimiento narrativo –lo dice Bruner- como
damos sentido a nuestra experiencia e interpretamos nuestro lugar en el mundo.
En nuestras manos está que las narraciones que nos nutran –a nosotros y a
nuestros hijos, a nosotros y a nuestro alumnado- sean las que nacieron de la
pluma, la paleta o el cincel de los más geniales artistas –esos cuya obra ha
sobrevivido a los siglos y las distancias- o nos quedemos limitados a la
coyuntura más inmediata, al azar y al interés a menudo exclusivamente comercial
de tantas pantallas contemporáneas. Y bien sabemos que las historias de antaño
no por lejanas tienen menos atractivo: basta iniciar su relato y los rostros de
niñas y niños se detienen para no perder palabra... Son historias bellísimas,
al alcance de quien quiera acercarse a ellas.
De Medusa a otros raptos y violaciones
Pero
decíamos que se nos había quedado un cabo suelto, conectando en nuestra mente
la figura de Medusa a la de tantas jóvenes que habíamos visto o veríamos
raptadas y violadas por sus supuestos enamorados. Así Leda, violada por Zeus,
transmutado para la ocasión en un hermoso cisne; así Dánae, “fecundada” –nos
dice la historia- por el mismo Zeus en forma de lluvia de oro. O Europa,
raptada por el dios como fueron raptadas las sabinas por los romanos o
Perséfone por Hades. Con cada una de ellas nos tropezaríamos en los días
sucesivos, y cada una de ellas evocaba en nosotros tantas otras
representaciones que figuran entre lo más insigne del arte de todos los
tiempos.
Recordemos
a algunas de ellas. La joven Leda, esposa de Tindáreo, fue uno más de los
numerosos caprichos de Zeus. Para acercarse a ella sin temor a ser rechazado,
el dios se transformó en un cisne que fingía escapar de un águila y, una vez
acogido por Leda, la violó dejándola embarazada. Como esa misma noche Leda
mantuvo relaciones con su esposo, al cabo del tiempo le nacieron cuatro hijos:
Helena y Cástor, hijos de Zeus; y Clitemnestra y Pólux, hijos de Tindáreo.
Leda y el cisne. Tintoretto.
Son
muchos los artistas que han recreado esta escena – desde Leonardo a Dalí, de
Tintoretto a Matisse, de Leonardo a Paul Cezanne, de Rubens a Dalí, y en todos
ellos Leda –caíamos ahora en la cuenta- aparece encantada con la intrusión.
Algo no encajaba.
Leda y el cisne. Leonardo Da Vinci.
Leda y el cisne. Paul Cezanne.
Leda y el cisne. Henry Matisse.
Leda y el cisne. Salvador Dalí.
Al cuadro
de Leda y el cisne se fueron sumando luego otros de temática análoga. En la
Galleria Borghese dimos con la Dánae de Correggio, que recrea el momento en que
Dánae, madre de Perseo, es fecundada por Zeus en forma de lluvia de oro. “Es
fecundada”, se nos ha dicho siempre; pero no deja de ser la historia de otra
violación. Sin embargo, la Dánae de Correggio, como las Dánae de Rembrandt, de
Tiziano, de Klimt, no tienen el menor asomo de susto o temor en su
rostro.
Dánae.Rubens.
Dánae. Gustav Klimt
No
lo tiene tampoco la joven Europa, raptada por Zeus –ahora toro- en Tiziano, en
Rubens, en Rembrandt, aunque sí Proserpina en la bellísima escultura de
Bellini. La estratagema de que se valió Zeus para apoderarse de Europa nos es
ya conocida. Se metamorfoseó en un toro y se camufló entre otros que allí
había. Cuando la joven se acercó, lo acarició e incluso se atrevió a montarlo,
el impetuoso Zeus se alejó veloz llevándola a su grupa hasta llegar a las
costas de Creta.
El rapto de Europa. Rubens.
El rapto de Europa. Picasso.
El rapto de Europa. Fernando Botero.
Hades
fue menos sutil con Proserpina (o Perséfone). Perséfone, hija de Zeus y
Démeter, fue violentamente raptada por Hades, dios de los infiernos, mientras
recogía flores. Por mucho que más tarde el dios se arrepintiera de su acción,
Perséfone, que había comido del fruto de la granada, había quedado encadenada a
él por siempre. Por ello solo podía regresar interminentemente a la faz de la
tierra, momento en que flores y plantas reverdecen, para volver a sumirse en la
tristeza cuando Perséfone regresa a los infiernos. De
una manera u otra, violaciones y raptos acaban siendo tácitamente aceptados y
legitimados por la actitud de las propias mujeres que, como las sabinas, acaban
dando la razón a sus captores.
El rapto de Proserpina. Bellini.
Son
relatos fascinantes, como fascinantes son las recreaciones que de ellos han
hecho pintores y escultores. Pasan los siglos y estas obras nos atrapan su
belleza. Y, sin embargo, y sin que ello menoscabe en modo alguno el valor
artístico de las obras, quien a ellas se acerca en el siglo XXI no puede dejar
de recorrer la distancia que nos separa de ese tejido que responde a un orden
social que ahora consideramos inaceptable. No consentimos a los dioses que nos
obliguen a matar a nuestros hijos –como hicieron con Agamenón y con Abraham,
cuyos gestos durante nuestra infancia se pretendió que admiráramos, como si la
posterior sustitución de Ifigenia e Isaac por un carnero restara un gramo de
crueldad al episodio-, ni los hombres pueden seguir pretendiendo que raptar y
violar son sinónimos del verbo seducir.
Estos textos tuyos, Lupe, son estupendos. Sólo quería añadir un par de apuntes: lo malo no es la violación en personajes mitológicos, sino en seres humanos como la extraordinaria pintora barroca Artemisia Gentileschi, por su propio maestro de pintura y amigo para más inri de su padre, elemento que influirá y no poco en sus obras. Y, además de los sacrificios de sus respectivos hijos por parte de Abraham y Agamenón, añadiría el de Selia, la hija de Jefté, uno de los jueces judíos que promete a Dios sacrificar a la primera persona que lo reciba al regresar de la batalla - que vencerá gracias a la ayuda de Dios- y esa será su única hija, es decir, un episodio casi igual al de Ifigenia y su padre Agamenón.
ResponderEliminarPor otra parte, el sacrificio de Ifigenia tiene al menos una treintena de grabados, cuadros, cerámicas, tapices, etc. a lo largo de dos mil quinientos años, por no hablar de varias adaptaciones musicales, entre las cuales las mejores son, dentro de las que conozco, las dos óperas de Gluck, a partir más de las versiones de Racine que de las de Eurípides, todo hay que decirlo.
ResponderEliminarY otro tanto sucede con la historia de Jefté y su hija, con dos puntos culminantes dentro de sendos oratorios barrocos: uno compuesto por Giacomo Carissimi y otro, el que iba a ser el último de Haendel, que es una auténtica obra maestra.