En
currículos tan prolijamente prescriptivos como los de la LOMCE, lo que no se prescribe se
proscribe. Así con la oralidad. Todo se ha conjurado siempre en
nuestro sistema educativo para arrebatar la palabra al alumnado.
En
el modelo conservador lo único importante ha sido la transmisión de
unas esencias nacionales -una religión, una lengua, una cultura-
y para ello bastaba el aprendizaje de la gramática desde un punto de
vista estrictamente normativo -usos correctos y usos incorrectos de
la lengua, con abandono y desprecio explícito hacias las variedades
lingúísticas del alumnado y por supuesto hacia las otras lenguas no
vehiculares de la enseñanza- y la transmisión del canon
literario nacional ante el que no cabía a los estudiantes margen
alguno para la interpretación
(los estudiantes de selectividad saben bien que hasta la opinión
personal crítica la llevan bien aprendida de clase).
Cierto
que en los años 90 los enfoques comunicativos de las lenguas llegan
por fin a los currículos y, desde la LOGSE, la oralidad tiene tanto peso en el BOE como la lectura y la escritura.
Pero si el currículo decisivo no es tanto el currículo legislado como el
editado en los libros de texto y el currículo evaluado, bien
podremos decir que la oralidad ha sido la gran ausente de unas clases
de lengua presididas, como la escuela toda, por la palabra "silencio".
Las
evaluaciones externas han dado el tiro de gracia a los tímidos
intentos de conferir valor a la palabra hablada, a la capacidad de
tomar la palabra tanto oralmente como por escrito. De las cuatro
habilidades comunicativas básicas - escuchar, hablar, leer y escribir- las
pruebas que han acabado por determinar las políticas educativas de
medio mundo -las pruebas PISA- solo ponen el foco en la lectura. En
las indicaciones publicadas en el BOE el 23 de diciembre de 2016 acerca de
los estándares de aprendizaje evaluables que han de recoger las
Pruebas de Acceso a la Universidad asistimos al fenómeno inverso al
de Los tres mosqueteros (que son, en realidad, cuatro): De los
cuatro bloques de contenidos del currículo oficial de Lengua
Castellana y Literatura- Hablar y escuchar; Leer y escribir;
Reflexión sobre la lengua y Educación literaria- ya solo quedan
tres: la oralidad desaparece de un plumazo.
Las
evaluaciones externas conjugan a la perfección el doble modelo que
aún coexiste en nuestras escuelas -el modelo conservador perpetuado
en la prevalencia del análisis gramatical y la historia literaria-
y el modelo neoliberal impulsado por la OCDE, en que solo cotiza la
capacidad de comprender textos ajenos -habilidad efectivamente
imprescindible para insertarse en un mercado de trabajo en el que al
parecer lo único que importa es entender cabalmente y acatar
instrucciones que no se discuten-.
El
currículo evaluado, ¿evalúa lo que verdaderamente cuenta o
evalúa solo lo que puede ser contado? Es más fácil evaluar
-qué duda cabe- el acierto o desacierto al establecer el cómputo
silábico de un poema que la capacidad de disfrutar de unos
versos. El efecto colaterial de todo esto es que solo acaba
trasladándose al aula aquello que puede ser medido en detrimento de
aquello que merece la pena aprenderse. Corremos por tanto el riesgo
-y más que una amenaza potencial es una realidad incuestionable- de
trabajar en las clases solo aquello de lo que chicas y chicos serán
al fin examinados. Y mientras el procedimiento hegemónico de
evaluación siga siendo la prueba individual, escrita y
contrarreloj, bien podemos decir que el alumnado seguirá amordazado y
la oralidad proscrita.
Pero
también aquí hay margen de rebeldía para los docentes. Basta
esgrimir el currículo ante cualquier jefe de departamento reticente
o cualquier inspectora ultraortodoxa para justificar que el mundo no
se acaba en el sintagma nominal o el mester de clerecía. Estas
líneas quisieran ser por tanto una reivindicación de la enseñanza
de la lengua oral, y no solo de la oralidad informal.
De
ello hemos hablado y escrito otras veces. De ahí que en la próxima
entrada nos limitaremos a dar cuenta apresurada de la última
actividad desarrollada en nuestras clases de 4º de ESO, consistente en la celebración de
diversas mesas redondas.
- Hablar escuchar conversar. Teoría y práctica de la conversación en las aulas. (En colaboración de Jesús María Sánchez). Octaedro, 2008.
- "Competencia oral y educación democrática" en Textos de Didáctica de la Lengua y la Literatura, nº 57, abril-junio 2011. Graó.
- "El aprendizaje de la competencia oral" En Lomas, C. (coord.): La educación lingüística, entre el deseo y la realidad. Octaedro. 2014.
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