Si
pretendemos vincular educación lingüística y aprendizaje
democrático habremos de reconocer la importancia del desarrollo de
la competencia oral tanto para participar en los espacios públicos de toma
de decisiones como para sustituir la obediencia ciega por la deliberación
argumentada.
Rutinas
escolares y evaluaciones externas nos lo ponen muy difícil a
quienes, desde el más escrupuloso respeto a los currículos
oficiales, pretendemos dar tanta importancia a la oralidad como a la
lectura y la escritura en nuestras aulas. La semana pasada tuvimos noticias de que las reválidas de 4º de ESO tendrán lugar en la
Comunidad de Madrid el día 17 de mayo. ¿Merece la pena seguir
dedicando tiempo -bien sabemos que los aprendizajes son lentos y
requieren respeto a sus ritmos- a algo que no será evaluado en
dichas pruebas y que además propablemente no tendrá continuidad en
el bachillerato, un bachillerato rehén de las Pruebas de Acceso a la Universidad?
Ya
no es con la inspección con quien habremos de vérnoslas si
nos salimos de los márgenes de lo que finalmente aparecerá en el
examen de etapa. Nos sobran argumentos y lo saben. Lo triste es que
antes o después serán los estudiantes o sus familias quienes miren
con reservas unas actividades y unos aprendizajes que no sirven para
escalar en los rankings: hasta ese punto el modelo educativo
imperante ha acabado por colonizar la percepción social de lo que
significa aprender. Y ciertamente el aprendizaje de la lengua oral -la capacidad de tomar la palabra y de dialogar de manera constructiva y respetuosa en aras del bien común- está en las
antípodas de la competitividad neoliberal.
Quizá
quienes vamos contracorriente tenemos los días contados. Es posible.
Entre tanto, nos empeñaremos obstinadamente en hacer un hueco digno
a la lengua oral en nuestras clases, y no solo como procedimiento de
aprendizaje sino también como objeto de conocimiento. Los géneros
discursivos orales -formales e informales, dialogados o monologados-
requieren también de un lento aprendizaje, que resultará esencial en nuestras
interacciones cotidianas (personales, sociales, profesionales) así como en la conformación de una sociedad
democrática. Tenemos la ley -sí, incluso la LOMCE- de nuestra parte. Esgrimámosla:
En
la secuencia que presentamos incorporamos no solo estos contenidos,
sino otros tantos referidos a la lectura (desde el manejo de fuentes
de información hasta su comprensión, interpretación y valoración
de manera reflexiva y crítica), la escritura (con la que los géneros
orales formales tienen muchos puntos de intersección) y aun la
reflexión sobre la lengua ("Conocimiento de los diferentes
registros y de los factores que inciden en el uso de la lengua en
distintos ámbitos sociales y valoración de la importancia de
utilizar el registro adecuado según las condiciones de la situación
comunicativa."). Así mismo, son decenas los estándares de
aprendizaje evaluables a que da respuesta esta actividad, por más
que ninguno de ellos vaya a quedar finalmente recogido en las
evaluaciones de fin de etapa.
En la estela de lo abordado a propósito del Realismo, en que subrayamos la actiud del artista frente a la realidad que describe en sus lienzos o escritos, también los estudiantes -organizados en equipos de cinco o seis personas- han escogido un tema que les permita visibilizar alguna de las injusticias o sufrimientos de nuestro tiempo: desahucios, acoso escolar, huella ecológica, situación de las mujeres, etc. El objetivo, como hemos dicho, era la celebración de tantas mesas redondas como equipos de trabajo se formaran en cada clase.
En primer lugar, dedicamos una sesión a presentar este género discursivo y a señalar sus diferencias con respecto al debate -que hace de la confrontación de opiniones una de sus señas de identidad- o la tertulia -cuyos participantes no son ni mucho menos expertos en el tema que abordan-.
Para ello, visionamos y comentamos fragmentos de algunas mesas redondas. Incidimos en las características de los participantes -de un lado, el presentador o moderador; de otro, los invitados en virtud de su conocimiento del tema, y con perfiles complementarios entre sí-. Y nos fijamos así mismo en la estructura habitual de muchas mesas redondas:
Para ello, visionamos y comentamos fragmentos de algunas mesas redondas. Incidimos en las características de los participantes -de un lado, el presentador o moderador; de otro, los invitados en virtud de su conocimiento del tema, y con perfiles complementarios entre sí-. Y nos fijamos así mismo en la estructura habitual de muchas mesas redondas:
- Introducción al tema a cargo del moderador o moderadora.
- Datos, gráficos, informativos o incluso un vídeo de sensibilización.
- Presentación de las personas invitadas.
- Pregunta de arranque, idéntica para todos los miembros de la mesa y que permite en cierto modo fijar sus respectivas posiciones, el lugar desde el que hablan.
- Desarrollo del coloquio con preguntas abiertas para el conjunto de la mesa y con otras específicas dirigidas a uno de los participantes en concreto.
- Ronda de cierre.
- Despedida del moderador o moderadora.
En segundo lugar, profundizamos en el trabajo de cada uno de los protagonistas de una mesa redonda: en el caso de quien modera, en la necesidad de repartir juego
entre todos los asistentes y mantener un tono objetivo y no sesgado,
velando por sacarle al tema todo su jugo y por que se respeten las
normas de cortesía en la interacción. En el caso de los
intervinientes, la necesidad de "meterse de lleno" en sus
respectivos perfiles y traer información rigurosa -datos, cifras,
testiminios, etc- que permitan al auditorio hacerse con una
visión completa de la complejidad del asunto y poder sacar sus propias conclusiones. Por último, conversamos también acerca de la importancia de actitudes de escucha activa por parte de los espectadores, esenciales a la hora de rebajar la inevitable carga de nervisosimo que arrastrarán los participantes.
En tercer lugar, al preguntarnos qué hacía que una mesa redonda funcionara o no funcionara, fue surgiendo de manera espontánea la necesidad de respetar las máximas de cooperación conversacional -la necesidad de ser rigurosos con la información (máxima de calidad), de no dar ni más ni menos información de la necesaria (máxima de cantidad), de ceñirse al tema de la pregunta (máxima de relación) y de ser claros (máxima de modo o manera)- así como de poner en juego las estrategias de cortesía. Entre ellas nos ocupamos de un acto de habla bien presente en mesas redondas y debates, la discrepancia, tan potencialmente amenazador de la imagen de nuestro interlocutor. Al hilo de ello recordamos algunas de las estraegias que permiten minimizar los posibles daños: partir de una conformidad parcial, modalizar el enunciado ("a mi manera de ver..."), etc.
En cuarto lugar, recogimos todos los elementos de la comunicación no verbal decisivos en este tipo de géneros discursivos: elementos del entorno, distribución de los espacios entre los participantes, miradas y gestos, etc.
Todo ello nos permitió consensuar una rúbrica de evaluación que no solo nos permitiría conversar, a posteriori, acerca de qué cosas habían funcionado bien y cuáles andaban necesitadas de mejora, sino que dicha rúbrica serviría también de brújula y orientación en la preparación de cada una de las mesas.
Estudiar para un examen no tiene sentido comunicativo alguno. Investigar un tema para conversar con otras personas que se han aproximado al mismo desde otros ángulos y perspectivas, y hacerlo además ante un público interesado en él, dota de sentido a todos los aprendizajes requeridos en el proceso. Solo me queda dar las gracias a mis estudiantes por lo mucho que he aprendido y disfrutado escuchando sus intervenciones acerca de algo que de verdad les inquieta y los conmueve.
Qué buena propuesta, Lupe. Muchísimas gracias por compartirla.
ResponderEliminarQué buena idea. ¡Gracias por compartirlo!
ResponderEliminarGracias por tu aportación.
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