Este
año tengo la inmensa fortuna de dar, por segundo año consecutivo,
la Literatura Universal de 1º de bachillerato. Mi programación
habrá de ser, una vez más, heterodoxa. Trataré de
explicar por qué.
El
currículo se organiza en dos bloques de contenidos de desarrollo muy
desigual. El primero -Procesos
y estrategias- propone
la
lectura, interpretación, análisis y valoración de fragmentos y
obras. Pretende ser una suerte de introducción a la materia. El
segundo, muchísimo más extenso, se detiene en el estudio
cronológico de los grandes periodos y movimientos de la Literatura
Universal
(sic).
Desde el origen de los tiempos hasta el teatro del absurdo.
Basta
sin embargo una rápida ojeada al currículo de la asignatura para
constatar que de él están ausentes las mujeres; que de él están
ausentes los pueblos no occidentales.
Ni
la más leve alusión a la literatura africana o asiática. Ni
mención siquiera a lo escrito después de los años 50 del siglo
pasado, momento en que al fin la voz de las mujeres y las voces no
occidentales empiezan a tener acceso a los circuitos de publicación.
Seguimos hablando de
literatura universal cuando
se trata única y exclusivamente
de
literatura occidental masculina.
Es
verdad que hay manera de buscarle las vueltas a la legislación para
procurarle una coherencia entre los contenidos prescritos y sus
pretendidos objetivos (desde el desarrollo de competencias hasta el
de los denominados ejes transversales, como la igualdad entre hombres
y mujeres o la lucha contra todo tipo de discriminación: ¿también
curricular?), y que podríamos maquillar nuestras reservas, nuestra
distancia crítica. Pero preferimos hacerlo explícito: nuestra
programación, inevitablemente, romperá este marco.
Por
otra parte, no acabamos de entender por qué la insistencia en el
enciclopedismo cronológico frente a otro tipo de aproximaciones
-temáticas, por ejemplo- más respetuosas con el horizonte de
expectativas de los lectores adolescentes. Porque lo
cierto es que la escuela hace años que no sabe qué hacer con la
literatura. A menudo se debate en lo que quizás constituye un falso
dilema: ¿debe priorizar ante todo el fomento de hábitos lectores,
es decir, se trata de conseguir que los adolescentes lean y lean, lo
que sea, pero que lean? ¿O debe mantenerse fiel a su misión de
transmitir un patrimonio cultural que consideramos valioso?
En
los últimos años esta disociación ha venido cristalizando en una
doble línea de trabajo: por una parte, la propuesta de lectura de
títulos de la literatura juvenil contemporánea; por otra, la
transmisión del canon literario nacional, presentado de manera
cronológica. Lamentablemente, una vía y otra permanecen
incomunicadas, y los puentes entre la biblioteca individual de
nuestro alumnado y la biblioteca colectiva de la humanidad,
obturados. En el bachillerato el problema se agrava: los títulos de
la literatura juvenil más reciente empiezan a quedar lejos de unos
estudiantes que frisan ya la mayoría de edad; pero tropieza con un
canon literario que rara vez traspasa el umbral del siglo XX, y que
permanece encerrado en el estrecho perímetro del mundo occidental.
Uno de nuestros objetivos será, por tanto, que los textos elegidos
de entre el inmenso firmamento de clásicos de la literatura
universal puedan incorporarse en los años venideros a la biblioteca
individual de nuestros estudiantes. Todo ello tiene implicaciones
directas en los criterios de selección de los textos y en la forma
de acometer su lectura en el aula.
Así
las cosas, nuestra programación de Literatura Universal
quisiera salir al paso de una triple constatación: el paulatino
abandono del hábito lector, la incomunicación entre la biblioteca
individual de nuestros adolescentes y la biblioteca colectiva de la
Humanidad, y la pavorosa miopía de unos currículos escolares que
aún siguen dejando fuera del canon literario de la escuela a la
mitad de la Humanidad: la mitad constituida por las mujeres, y la
mitad constituida por los pueblos no occidentales.
Por
último, habremos de tomar distancia tanto con el enciclopedismo del
currículo -acerca de cuya desmesura el acuerdo es unánime- como con
el hecho de que haya de ser la organización cronológica de la
historiografía literaria occidental (que no universal, y de la que
además aparecen excluidas la mujeres), el hilo conductor.
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