domingo, 8 de septiembre de 2019

En torno al currículo de Literatura Universal (1)

Este año tengo la inmensa fortuna de dar, por segundo año consecutivo, la Literatura Universal de 1º de bachillerato. Mi programación habrá de ser, una vez más, heterodoxa. Trataré de explicar por qué.


El currículo se organiza en dos bloques de contenidos de desarrollo muy desigual. El primero -Procesos y estrategias- propone la lectura, interpretación, análisis y valoración de fragmentos y obras. Pretende ser una suerte de introducción a la materia. El segundo, muchísimo más extenso, se detiene en el estudio cronológico de los grandes periodos y movimientos de la Literatura Universal (sic). Desde el origen de los tiempos hasta el teatro del absurdo.

Basta sin embargo una rápida ojeada al currículo de la asignatura para constatar que de él están ausentes las mujeres; que de él están ausentes los pueblos no occidentales. Ni la más leve alusión a la literatura africana o asiática. Ni mención siquiera a lo escrito después de los años 50 del siglo pasado, momento en que al fin la voz de las mujeres y las voces no occidentales empiezan a tener acceso a los circuitos de publicación. Seguimos hablando de literatura universal cuando se trata única y exclusivamente de literatura occidental masculina.


Es verdad que hay manera de buscarle las vueltas a la legislación para procurarle una coherencia entre los contenidos prescritos y sus pretendidos objetivos (desde el desarrollo de competencias hasta el de los denominados ejes transversales, como la igualdad entre hombres y mujeres o la lucha contra todo tipo de discriminación: ¿también curricular?), y que podríamos maquillar nuestras reservas, nuestra distancia crítica. Pero preferimos hacerlo explícito: nuestra programación, inevitablemente, romperá este marco.

Por otra parte, no acabamos de entender por qué la insistencia en el enciclopedismo cronológico frente a otro tipo de aproximaciones -temáticas, por ejemplo- más respetuosas con el horizonte de expectativas de los lectores adolescentes. Porque lo cierto es que la escuela hace años que no sabe qué hacer con la literatura. A menudo se debate en lo que quizás constituye un falso dilema: ¿debe priorizar ante todo el fomento de hábitos lectores, es decir, se trata de conseguir que los adolescentes lean y lean, lo que sea, pero que lean? ¿O debe mantenerse fiel a su misión de transmitir un patrimonio cultural que consideramos valioso?

En los últimos años esta disociación ha venido cristalizando en una doble línea de trabajo: por una parte, la propuesta de lectura de títulos de la literatura juvenil contemporánea; por otra, la transmisión del canon literario nacional, presentado de manera cronológica. Lamentablemente, una vía y otra permanecen incomunicadas, y los puentes entre la biblioteca individual de nuestro alumnado y la biblioteca colectiva de la humanidad, obturados. En el bachillerato el problema se agrava: los títulos de la literatura juvenil más reciente empiezan a quedar lejos de unos estudiantes que frisan ya la mayoría de edad; pero tropieza con un canon literario que rara vez traspasa el umbral del siglo XX, y que permanece encerrado en el estrecho perímetro del mundo occidental. Uno de nuestros objetivos será, por tanto, que los textos elegidos de entre el inmenso firmamento de clásicos de la literatura universal puedan incorporarse en los años venideros a la biblioteca individual de nuestros estudiantes. Todo ello tiene implicaciones directas en los criterios de selección de los textos y en la forma de acometer su lectura en el aula.

Así las cosas, nuestra programación de Literatura Universal quisiera salir al paso de una triple constatación: el paulatino abandono del hábito lector, la incomunicación entre la biblioteca individual de nuestros adolescentes y la biblioteca colectiva de la Humanidad, y la pavorosa miopía de unos currículos escolares que aún siguen dejando fuera del canon literario de la escuela a la mitad de la Humanidad: la mitad constituida por las mujeres, y la mitad constituida por los pueblos no occidentales.

Por último, habremos de tomar distancia tanto con el enciclopedismo del currículo -acerca de cuya desmesura el acuerdo es unánime- como con el hecho de que haya de ser la organización cronológica de la historiografía literaria occidental (que no universal, y de la que además aparecen excluidas la mujeres), el hilo conductor.

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