Se
preguntaba hace ya más de un año Felipe
Zayas por el impacto de la Nueva gramática
básica de la lengua española en las aulas
de secundaria. Mucho nos tememos que escaso. Y si empleamos el verbo
"temer" es porque creemos que la apertura de un debate en
el seno de los Departamentos de Lengua acerca de la necesidad de
ajustar algunos de los contenidos gramaticales a ese nuevo marco
hubiera podido llevarnos mucho más lejos de la tantas veces
reclamada unificación terminológica. Porque lo que necesitamos, a
nuestra manera de ver, no es tanto ponernos de acuerdo en si hablamos
de sintagma nominal o grupo nominal, de modificador o intensificador,
cuanto de reflexionar acerca de la orientación y la finalidad del estudio gramatical en las aulas de Secundaria, acerca de si hay coherencia entre la justificación que le damos a su pervivencia y nuestras prácticas cotidianas.
La
Nueva gramática, tanto en su versión Manual (dirigida
a filólogos) como Básica (dirigida a los hispanohablantes en
general) se aviene mal con una tradición escolar obsesionada con el
etiquetado y la clasificación.
"Son a veces
difusos los límites entre las conjunciones coordinantes y las
subordinantes, [...]. También es polémico el límite entre las
conjunciones subordinantes y las preposiciones que introducen
términos oracionales. [...] Son también escurridizos los límites
entre las conjunciones y los adverbios relativos". (NGM,
pág. 604)
"Es difícil
proporcionar una relación exhaustiva de los cuantificadores del
español puesto que, como se verá, se trata de un clase transversal,
de límites a veces borrosos, muy heterogénea y sujeta a variaciones
geográficas". (NGM, pág. 356)
Valgan
estos botones de muestra para poner de manifiesto la medida en que la
Nueva gramática dinamita el afán por las taxonomías
inequívocas y los etiquetados excluyentes. Expresiones como "No
existe acuerdo entre los gramáticos sobre cuál de estos análisis
es más adecuado", "Es igualmente polémico...", "No
siempre es fácil determinar..." aparecen una y otra vez en
los distintos capítulos y epígrafes del volumen.
Con
todo, el docente de Secundaria querrá saber qué cambios
"sustanciales" aparecen en esta Nueva gramática con
respecto a la consagrada por la tradición escolar, más que nada por
si antes o después dichos cambios van a tener repercusiones en el
examen de Selectividad (pues este es, conviene no olvidarlo, el radar
que controla el quehacer de tantos docentes, desde Primaria a
Bachillerato. A fin de cuentas, el efecto más palpable del trabajo
con la sintaxis en Secundaria es el de permitir -o no- a chicas y
chicos acceder a la carrera de sus sueños. Y de los caprichos de la
PAU -de la persona que diseña su prueba- acabamos por ser
todos rehenes).
¿Cambios
"sustanciales"? Ahí va una relación apresurada y
forzosamente incompleta de algunos de ellos:
- Demostrativos y cuantificadores pasan a ser clases transversales que incluyen diferentes categorías gramaticales. Los demostrativos, entendidos como elementos deícticos que permiten ubicar un referente en el espacio o en el tiempo, incluyen determinantes, adjetivos, pronombres (considerados aquí como tales solo los neutros esto, eso y aquello) y adverbios (aquí, hoy, así, etc.). Los cuantificadores, por su parte, incluyen todas las palabras que expresan léxicamente cantidad: sustantivos, adjetivos, determinantes, pronombres o adverbios. Aunque entre ellos siguen apareciendo los numerales (cardinales, ordinales, multiplicativos y fraccionarios), los tradicionalmente denominados "indefinidos" se desdibujan (no lo son, por ejemplo, los "cuantificadores fuertes o universales" como todo, sendos, cada y ambos).
- Entre los complementos de verbos, sustantivos y adjetivos se diferencia entre aquellos exigidos por el núcleo (argumentos) y los opcionales (adjuntos). En la NGM se denomina complemento de régimen a todo grupo preposicional exigido por una palabra, sea esta un sustantivo (el odio a los demás), un adjetivo (harto del traje y la corbata) o un verbo (depender de sus amigos).
- En la oración compuesta cuesta encontrar referencias a las oraciones coordinadas (apenas una fugaz alusión en la Introducción, donde se reducen a copulativas, disyuntivas y adversativas). Tampoco espere el lector o lectora encontrar la tradicional -y polémica- división entre subordinadas sustantivas, adjetivas y adverbiales. Se habla en cambio de oraciones subordinadas sustantivas, oraciones subordinadas de relativo (que incluyen también las introducidas por los adverbios relativos como, cuando, donde y que funcionan como CC -las tradicionales adverbiales de tiempo, lugar y modo-), y de construcciones comparativas, superlativas, consecutivas, causales, finales, ilativas, condicionales y concesivas.
Esta
nueva orientación más semántica en la descripción gramatical
parece aproximarse en muchos casos a la intuición metalingüística
de los hablantes, tal y como tantas veces habremos podido constatar
en las aulas: los segmentos subrayados en estos grupos nominales - la
tienda de la esquina, la excursión de
ayer- son, según la NGM,
adjuntos de lugar y tiempo. ¿Qué docente de Lengua y Literatura no
ha escuchado a su alumnado una y mil veces interpretarlos,
respectivamente, como complementos circunstanciales de lugar y
tiempo? ¿Tan desencaminados andaban? ¿Tan grave era el error? ¿O cuántas
veces no se habrán mostrado nuestros estudiantes convencidos de que el segmento subrayado
en el grupo nominal mucha hambre era un
complemento circunstancial de cantidad? La nueva clase transversal de
los cuantificadores parece dar por buena al menos en parte sus
intuiciones y nos impele a aprovechar los pretendidos "errores" para estimular la reflexión.
Con
todo, no creemos que la necesidad de adaptar y unificar clasificación
y terminología sea el reto más acuciante. Lo que la Nueva
gramática nos pone delante de los ojos es lo estéril -y
acientífico incluso- de muchas de las prácticas más consolidadas
en las clases de lengua. ¿A qué tanta obsesión con las taxonomías?
¿A qué tanto empeño en clasificar en lugar de reflexionar, comparar, manipular, argumentar?
Sí,
se ha dicho muchas veces que el objetivo esencial de la educación
lingüística es el desarrollo de la competencia
comunicativa del alumnado; que el criterio para evaluar el grado de aprendizaje de los contenidos gramaticales ha de ser la capacidad de aplicarlos para solucionar los problemas de comprensión de
textos orales y escritos y para la revisión y mejora de las propias producciones (LOE).
Lleva razón Felipe
Zayas cuando sostiene que sí hace falta una
terminología compartida por docentes y estudiantes para acometer el trabajo con los textos, para solventar problemas de redacción o de comprensión lectora. Pero la cosa es, bien lo sabemos, que
no es este el enfoque dominante en el trabajo con la morfosintaxis en la
mayor parte de las aulas. Si la forma en que evaluamos condiciona todo el proceso de aprendizaje, basta echar un vistazo al modo en que se traducen los contenidos gramaticales en los exámenes de miles de docentes para constatar que aseguramos pretender llegar a determinado horizonte cuando lo cierto es que estamos poniendo rumbo, en muchos casos, a las antípodas.
Más preocupante aún es que, demasiado a menudo, las pretendidas renovaciones metodológicas no hagan sino apuntalar las viejas prácticas.
Más preocupante aún es que, demasiado a menudo, las pretendidas renovaciones metodológicas no hagan sino apuntalar las viejas prácticas.
¿Es
la Nueva gramática la "nueva biblia" que necesitan los
centros de Secundaria? En absoluto. Primero, porque no está elaborada
con ese propósito. La Nueva gramática puede ser, en todo caso, el
punto de partida para una nueva gramática pedagógica aún por construir. En segundo
lugar, porque algunos de sus postulados son, cuando menos,
discutibles (así su extemporánea condena de los usos lingüísticos inclusivos desde una perspectiva de género). Y en tercer lugar, porque lo capital para el docente de Primaria o Secundaria no es la descripción del sistema de la lengua
sino las necesidades formativas de sus jóvenes hablantes.
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