miércoles, 29 de noviembre de 2017

25N. Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres

Fue la aproximación a la figura de Mary Wollstonecraft y la lectura y análisis de un par de columnas de opinión (Quién teme al machismo feroz, de Antón Losada, y Por puta, de Luz Sánchez Mellado) las que desencadenaron que fueran alumas de 4º de ESO quienes impulsaran este año las diferentes inciativas desarrolladas en el centro en torno al 25 de noviembre. Ellas fueron las encargadas de pegar las convocatorias por los pasillos del instituto y de pasarse clase por clase invitando a las personas interesadas a la primera de las reuniones. A ella acudimos unas treinta personas (la mayoría estudiantes, apenas dos docentes; la mayoría chicas, apenas tres chicos). Con las sillas en círculo en el aula de usos múltiples, se lanzaron en forma de lluvia de ideas un sinfín de propuestas de las que alguien iba tomando nota en un acta. En ese primer momento todo valía. En la segunda reunión recapitulamos para fundir, reformular o descartar lo sugerido: íbamos afinando las iniciativas y distribuyendo quehaceres. Algunas propuestas tenían que ver con tareas de sensibilización en los días previos al 25N; otras, con un trabajo más de fondo y más sostenido que podría canalizarse a través de las tutorías; otras, con alguna acción de un cierto impacto -y un cierto calado- para el viernes 24, fecha en que el centro todo se volcaría en la repulsa hacia la violencia contra las mujeres.

Es difícil recoger en unas líneas el ritmo frenético de esas primeras reuniones, el caos aparente, el ir y venir de viñetas, textos, vídeos y canciones. Por unos días color morado todo lo inundaba -murales, cartulinas, lazos-. Arracimados sobre una mesa pegábamos sobre un inmenso panel una silueta por cada mujer asesinada a manos de su pareja o expareja en este 2017. Copiábamos frases. Convertíamos en un puzzle un microrrelato que distribuiríamos por diferentes alas del instituto. Seleccionábamos vídeos y canciones. Conversábamos.




De esa conversación surgió la actividad general que propondríamos para el conjunto del centro. Inspirada en un vídeo que viralizó con fuerza el curso pasado, la idea era volver nuestra mirada hacia los micromachismos cotidianos, hacia las frases que día a día hemos de escuchar las mujeres y que nos incomodan, nos molestan y nos hieren. Colocamos un gran panel en el vestíbulo del instituto y una invitación nítida: "Si en tu día a día escuchas comentarios ofensivos, compártelos. Coge un post-it y atrévete a denunciarlos".



El panel no tardó en llenarse. Pero si algo quería destacar aquí es la reflexión y el diálogo a que la iniciativa dio paso en cada uno de mis grupos. Los más pequeños compartían todos los (micro)machismos de que son testigos en su cotidianeidad: desde las miradas indeseadas a las fotos robadas por la calle o los comentarios sarcásticos y vejatorios. Una conversación a treinta voces a la que no fueron tampoco ajenas el Corán, la Biblia y el papel de las religiones en el machismo de nuestras sociedades. Pero también entre nuestro alumnado marroquí o argelino hay ya madres que empiezan a romper los esterortipos de género y protagonizan una lucha bien parecida a la vivida por las mujeres españolas de hace unas décadas. Algunos chicos -niños de 12 años- verbalizaban cómo también ellos son objeto de burla y menosprecio cuando se alejan del esterotipo dominante: basta que no te guste el fútbol, no quieras ser un malote, rompas a llorar o te gusten las muñecas para que lluevan los insultos.

Pero lo que en realidad quería contar aquí -y me cuesta- es el inmenso dolor con que algunas alumnas de cuarto compartieron con el resto de sus compañeros y compañeras acosos sufridos tres, cinco o siete años atrás y que aún hoy les hacen prorrumpir en un llanto inconsolable. El estupor, el miedo, el asco. No volver a salir de casa. No pasar jamás por aquel sitio (un parque, una tienda, un pasillo). No confiar en ningún hombre. Mientras la primera hablaba, yo veía otros ojos nublarse y anegarse. Otros testimonios le siguieron. Una de las que prefirió callar acudió a mí al final de la clase solo para abrazarse y dar rienda suelta a su congoja. "¿También tú?" Cuánto dolor. Cuánta rabia.

1 comentario:

  1. Interesantísima y necesaria propuesta. Y conmovedora. De esas experiencias que no se olvidan. Gracias, Lupe.

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