miércoles, 6 de noviembre de 2019

Análisis comunicativo de un debate electoral (y 2)


“No digas nada que sea falso”. “No digas nada de cuya veracidad no tengas pruebas”. La máxima de calidad de Grice -una de las cuatro máximas de cooperación conversacional- se centra en la necesidad de que nuestras contribuciones sean verdaderas. ¿Lo fueron las de los candidatos?

El primer coloquio en torno al debate electoral del pasado lunes 10 de noviembre ha sido muy jugoso: los solo hombres, el adoquín de Rivera, la falta de contacto visual de Pedro Sánchez con sus adversarios políticos, las interrupciones de Casado, el aplomo de Abascal, y el empeño de Iglesias por incorporar otros temas más allá de Cataluña han sido algunos de los aspectos que más han llamado la atención de mis estudiantes.




De una manera espontánea y fluida han ido surgiendo en clase todos aquellos elementos que habíamos recogido en el guion: comunicación verbal y no verbal, temas y turnos de palabra, (des)cortesía lingüística, cooperación conversacional.

Todos ellos -casi todos- eran transparentes durante la retransmisión del debate: los gestos y las posturas corporales, los artefactos y elementos del entorno -¿hubo por fin alzador para Rivera?, se preguntaban-; el respeto (o no) a los temas propuestos, los tiempos establecidos y los turnos de palabra; la cortesía o descortesía lingüística… 

Menos las mentiras.

Y es que en los debates estamos ya acostumbrados a un ir y venir de cifras y cifras, de un titular y su contrario, de gráficos y portadas de prensa, en una agitación tal que es imposible de seguir por la audiencia: los políticos -o sus asesores- se prevalen de la indefensión de los espectadores para lanzar afirmaciones que, por más que luego se demuestren falsas, serán ya muy difíciles de arrancar.

Una alumna se ha hecho eco de un análisis posterior que ha tratado de precisar cuáles eran los candidatos que habían mentido más (Casado y Abascal) y cuáles menos (Rivera e Iglesias). Ahora bien, por más que al día siguiente los medios desmonten los embustes, las inexactitudes o los deslices, lo cierto es que el daño ya está hecho.

Lo que yo me preguntaba, mientras los escuchaba, es qué debía hacer yo. Qué debe hacer la escuela. Es cierto que en este primer análisis yo apenas he intervenido. Me he limitado a ir dando la palabra y a recoger en la pizarra en una suerte de mapa conceptual las observaciones de chicos y chicas. Pero, ¿debía dejar yo también sin desmontar las mentiras, y muy especialmente aquellas vertidas por un partido que hace del machismo y la xenofobia un filón electoral? Si muchos nos hemos escandalizado del blanqueamiento del fascismo en nuestros medios en los últimos meses, ¿puede ser la inhibición de la escuela también cómplice de ello? ¿Debemos callar ante semejantes embustes?

Así que esto es lo que llevaré a mi próxima clase de Lengua de 4ºESO: el vídeo en que RTVE recoge algunas de las mentiras de los candidatos, y a cuyo visionado seguirá luego una sola pregunta.


 

  • ¿Quién es el principal beneficiario/perjudicado por cada mentira? ¿Son igual de graves todas las mentiras? Argumentad vuestras respuestas.




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