Si, como dice Romano
Luperini, la literatura interesa cada vez menos por su sentido identitario y
cada vez más como repertorio de situaciones humanas y éticas; si, como
sostiene Ngũgĩ wa Thiong'o, es hora de “desplazar el centro” desde
Occidente a otras esferas culturales; si, como afirma Marina Garcés, no podemos limitarnos a defender la
presencia de las Humanidades, sino que es preciso dotarlas de toda su fuerza
insubordinada y transformadora… habremos de replantearnos qué estamos haciendo
con la literatura en la escuela.
“Deserción espectacular
de lectores a partir de los 15 años”, rezaban los titulares relativos al último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2018
publicado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). Del 70,8 % de niños y niñas
de entre 10 y 14 años que leen libros en su tiempo libro de manera frecuente
(al menos una vez a la semana), pasamos al 44,7 % en el tramo de 15 a
18 años.
Quizá no estaría de más que
la escuela se preguntara por el margen de responsabilidad que le cabe en esa
caída, por pequeña que esta sea. Pero quisiera invitar hoy a poner las luces
largas en nuestra mirada. Es verdad que el grupo de lectores frecuentes sube
ligeramente una vez superado el umbral de la mayoría de edad, una vez se deja
atrás el instituto. Pero lo que no sabemos es qué incidencia tiene la educación
literaria de los años de Secundaria en los hábitos lectores de los jóvenes
adultos. ¿Les
hemos facilitado los mapas necesarios para iniciar su andadura en solitario y
una brújula que les ayude a no perderse? ¿O los dejamos a la intemperie de los
vientos del mercado?
Nuestra biblioteca
individual, dice Italo Calvino, está formada por aquellos libros que ya hemos
leído… y por aquellos libros que nos gustaría leer algún día. Es una biblioteca
por tanto dinámica y abierta, pero condicionada por lo que Pierre Bayard
denomina nuestro “libro interior”.
En su recomendable ensayo
Cómo hablar de libros que no se han leído, Bayard acuña la expresión de “libro
interior” para referirse a ese conjunto de representaciones sobre los libros y
la lectura que constituye una suerte de filtro que actúa en nuestro deseo de leer,
esto es, en la manera en que buscamos y, más tarde, leemos los libros.
Todos podemos apelar a
nuestra propia experiencia para corroborarlo. Resulta inevitable, tras una
conversación sobre libros, que solo algunos títulos pasen a engrosar nuestra
lista personal de “lecturas pendientes”, mientras otros son desechados
automáticamente. En estas decisiones, y entre otros factores, juega también un
papel importante nuestro conocimiento de lo que el mismo Bayard llama “la
biblioteca colectiva”, entendida como “el conjunto de los libros determinantes
sobre los cuales descansa cierta cultura en un momento dado”. Ser culto,
subraya Bayard, “no consiste en haber leído tal o cual libro, sino en saber
orientarse en su conjunto, esto es, saber que forman un conjunto y estar en
disposición de situar cada elemento en relación con el resto”.
¿Cuál es el papel de la
escuela en la construcción de la biblioteca individual de los estudiantes? ¿Y
cuál el perímetro de esa biblioteca colectiva cuyos mapas ofrecemos?¿En qué
medida les estamos capacitando para que en el futuro sean artífices de un
itinerario construido sobre la base de un criterio propio?
Porque la escuela tal vez
se está ocupando exclusivamente de esa mitad retrospectiva de nuestra
biblioteca individual, esto es, la de aquellos libros que se considera esencial
que un estudiante haya leído al término de su educación secundaria. Y como en
los últimos años al afán de transmitir un cierto legado cultural se ha sumado
el de fomentar el hábito lector, entre las lecturas prescritas en la escuela se
alternan los clásicos de la literatura nacional y algunos títulos de literatura
juvenil contemporánea. Pero quizá nos estamos desentendiendo de esa otra parte
imprescindible de la biblioteca individual de nuestros estudiantes: la de
aquello que leerán una vez dejen atrás el instituto. La literatura juvenil se
les habrá quedado ya pequeña -los libros de temática adolescente tienen su
momento- y raro será que vuelvan los ojos al mester de Clerecía, Quevedo o
Unamuno para elegir su próxima lectura (si es que esos títulos no actuaron como
vacuna contra ella). Así las cosas, nos tememos, el único filtro que habrá de
quedar activado es el que los dirige a los stands de superventas de los grandes
almacenes, tal como hicieran en los años de su adolescencia con los best sellers
de turno.
Chicas y chicos pueden
acabar incluso el bachillerato desprovistos de los planos de esa gran
biblioteca de la Humanidad que les permitiría conciliar el gusto por la lectura
con la aproximación a todo un patrimonio cultural que consideramos valioso y
que desborda, con mucho, unas precisas fronteras nacionales. Necesitan los
conocimientos, destrezas y experiencias que les permitan la forja de un
criterio propio, y no es seguro que se los estemos brindando. Insistiremos una
vez más: no se trata de embutir en los estómagos adolescentes títulos excelsos
que quedan fuera de su horizonte lector y biográfico, sino de elegir, entre ese
inmenso firmamento de clásicos, aquellos títulos o aquellos fragmentos que les
pueden proporcionar, simultáneamente, experiencias placenteras de lectura y
desarrollo de sus habilidades de interpretación, al tiempo que les van
proporcionando un cierto mapa de la cultura. A esos itinerarios trazados desde
el emplazamiento del receptor y que renuncian de entrada a toda pretensión de
exhaustividad es a lo que venimos llamando hace tiempo “constelaciones
literarias”.
Si, como dice Romano
Luperini, la literatura interesa cada vez menos por su sentido identitario y
cada vez más como repertorio de situaciones humanas y éticas; si, como sostiene Ngũgĩ
wa Thiong'o, es hora de “desplazar el centro” del lugar que se ha
asumido como tal, Occidente, a una multiplicidad de esferas en todas las
culturas del mundo; si, como afirma Marina Garcés, no podemos limitarnos a defender y preservar
la presencia de las Humanidades, sino que es preciso dotarlas de toda su fuerza
insubordinada y transformadora… habremos de replantearnos qué estamos haciendo
con la literatura en la escuela.
¿Hay alternativas? Me
consta que somos muchos los docentes que a pie de aula nos empeñamos en
explorar nuevos caminos para la educación literaria de adolescentes y jóvenes.
Desde la voluntad de contribuir a esa conversación que alguna vez habrá de
desbordar los muros de colegios e institutos, ahí va una propuesta que trata de
inscribirse en las coordenadas antes aludidas.
Constelaciones
de literatura universal es un proyecto orientado al alumnado de bachillerato y
desarrollado por el Grupo Guadarrama (Ángeles Bengoechea, Rosa Linares, Flora
Rueda y yo misma, profesoras de lengua y Literatura en diversos institutos de
la madrileña Sierra de Guadarrama). Está integrado por un conjunto de
itinerarios temáticos que vinculan obras de diferentes momentos históricos, diferentes
espacios geográficos y diferentes moldes genéricos. De momento son tres los
itinerarios publicados en la red y accesibles de manera gratuita. Pero habrá
más.
Encerradas ofrece un
recorrido por textos ensayísticos, narrativos y teatrales que abordan la
situación de clausura de las mujeres a lo largo del tiempo y en muy distantes
geografías. Un encierro que les ha impedido el acceso a la condición de
escritoras o que las ha confinado a unos modos de vida impuestos, no exentos a
menudo de violencia física incluso. Un cuarto propio, de Virginia Woolf; Madame Bovary, de Flaubert; Casa de muñecas, de Henrik Ibsen; Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos; Grandes pechos, amplias
caderas, de Mo Yan y El harén en Occidente, de Fatema Mernissi son los
títulos en que nos detenemos.
En Frente
al Poder nos aproximamos a obras que establecen un diálogo
explícito con el Poder: un diálogo a veces complaciente, a veces crítico. El
itinerario ofrece un repaso histórico por la cultura Occidental (y un
contrapunto africano), y nos acerca a tres géneros diferentes: el teatro -Antígona, de Sófocles y Pedro y el capitán, de Mario Benedetti-, la
novela -Rebelión en la granja, de Orwell y Todo se desmorona, de Chinua Achebe-, y el
ensayo -El Príncipe, de Maquiavelo, y Mujeres y poder. Un manifiesto, de Mary Beard.
Identidades
plurales, diversas, mestizas se centra en textos literarios que depositan en la
identidad -a veces diversa, a veces conflictiva, a veces contradictoria- el
peso de su historia: Identidades asesinas, de Amin Maalouf; Fuera
de lugar, de Edward Said; El buen nombre, de Jhumpa Lahiri; Sula, de Toni Morrison; Deja
de decir mentiras, de Philippe Besson; La creación del mundo, de Miguel Torga; Persépolis, de Marjane Satrapi; y El peligro de una historia única, de Chimamanda Ngozi Adichie.
Dice la LOMCE, que no es
precisamente la ley educativa más progresista de nuestra democracia, que el
objetivo de la educación literaria en Secundaria y Bachillerato es “hacer de
los escolares lectores cultos y comprometidos, implicados en un proceso de
formación lectora que continúe a lo largo de toda la vida y no se ciña
solamente a los años de estudio académico”. En ello estamos.
Artículo publicado en El Diario de la Educación
GRACIAS por lanzar este alegato tan necesario, GRACIAS por compartir generosamente esos maravillosos materiales de las Constelaciones literarias, GRACIAS por hacerme sentir menos sola en la tarea de enseñar literatura con el convencimiento de que puede contribuir a crear ciudadanos más críticos, más sensibles y más comprometidos con un mundo en el que las injusticias se agravan. Llevo tres años utilizando vuestras constelaciones: ConSiria, Leer la palabra y el mundo, A por el tesoro, Sentirse raro...con excelentes resultados. Llevo 20 años dedicada a la docencia en centros públicos de Secundaria y estoy convencida de que la lectura crítica, la literatura bien trabajada y la creación enriquecen personal y socialmente a nuestras alumnas y alumnos.
ResponderEliminarMi nombre es Cristina Rojo y trabajo en un instituto de Segovia. Me encantaría contactar con vosotras. ¿Podríais facilitarme un correo electrónico?. GRACIAS y un abrazo desde el otro lado de la sierra.
Mil gracias, Cristina, por tus palabras. No imaginas qué ilusión nos hace saber que nuestros materiales resultan útiles, y qué gratificante constatar que esa mirada sobre la educación y sobre el mundo es compartida. Por supuesto, estaremos encanatdas de contactar contigo. Te dejo el correo del Grupo Guadarrama: guadarrama.lecturacritica@gmail.com. Un abrazo.
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