Fue
la aproximación a la figura de Mary Wollstonecraft y la lectura y análisis de
un par de columnas de opinión (Quién
teme al machismo feroz, de Antón
Losada, y Por
puta, de Luz Sánchez Mellado) las que desencadenaron que fueran
alumas de 4º de ESO quienes impulsaran este año las diferentes
inciativas desarrolladas en el centro en torno al 25 de noviembre.
Ellas fueron las encargadas de pegar las convocatorias por los
pasillos del instituto y de pasarse clase por clase invitando a las
personas interesadas a la primera de las reuniones. A ella acudimos
unas treinta personas (la mayoría estudiantes, apenas dos docentes;
la mayoría chicas, apenas tres chicos). Con las sillas en círculo
en el aula de usos múltiples, se lanzaron en forma de lluvia de
ideas un sinfín de propuestas de las que alguien iba tomando nota en
un acta. En ese primer momento todo valía. En la segunda reunión
recapitulamos para fundir, reformular o descartar lo sugerido: íbamos
afinando las iniciativas y distribuyendo quehaceres. Algunas
propuestas tenían que ver con tareas de sensibilización en los días
previos al 25N; otras, con un trabajo más de fondo y más sostenido
que podría canalizarse a través de las tutorías; otras, con alguna
acción de un cierto impacto -y un cierto calado- para el viernes 24,
fecha en que el centro todo se volcaría en la repulsa hacia la
violencia contra las mujeres.
Es
difícil recoger en unas líneas el ritmo frenético de esas primeras
reuniones, el caos aparente, el ir y venir de viñetas, textos,
vídeos y canciones. Por unos días color morado todo lo inundaba
-murales, cartulinas, lazos-. Arracimados sobre una mesa pegábamos
sobre un inmenso panel una silueta por cada mujer asesinada a manos
de su pareja o expareja en este 2017. Copiábamos frases.
Convertíamos en un puzzle un microrrelato que distribuiríamos por
diferentes alas del instituto. Seleccionábamos vídeos y canciones.
Conversábamos.