"Creo que el acceso racional a una formación histórica no se logra a través de esos programas inmensos, omnicomprensivos, que pretenden recoger "la totalidad de la asignatura", acumulando decenas y decenas -setenta, ochenta- de temas sin aparente conexión entre los mismos. Tampoco a través de unos manuales de corte descriptivo, cuajados de datos, parcos en conceptos, poco adecuados para que el alumno realice sobre ellos una tarea rigurosamente complementaria del estudio: reflexionar sobre lo leído. Permítanme decirles que tampoco creo en los apuntes". José María Jover (1991).
Cada vez que vamos a iniciar un viaje o una pequeña escapada, sea cual sea el destino, solemos hacernos con un mapa que nos ayude a ubicar el enclave en su contexto geográfico. Necesitamos, antes que nada, situarnos. A menudo, la escala del mapa desplegado es directamente proporcional a nuestro conocimiento del terreno. A mayor familiaridad, mayor escala. Prueba de ello son los gráficos que acompañan las noticias acecidas en Milán -basta el norte de Italia-, Ljubljana -no basta ya Eslovenia, sino también sus países limítrofes- o Mogadiscio -y ahí ya el entero continente africano-.
¿Qué
hacemos, sin embargo, en las aulas? A menudo optamos por una cartografía militar que recoge con detalle la orografía del terreno,
pero que dificulta el saber a ciencia cierta dónde
estamos. Son incontables los mapas que desde cada asignatura reciben
los estudiantes, sin que en la mayor parte de los casos acierten a
ensamblarlos. Pasan los años y aumentan las asignaturas; aumentan
también las disciplinas de referencia para cada una de ellas. Pero
lejos de pasar del plano detalle a un plano general que permita una
mirada de conjunto, la escuela ha optado por reproducir el modelo
zapping que tanto critica en el afuera. Nada más parecido a
la "multiventana" de los programas televisivos que un libro
de texto. Nada más parecido al mando a distancia que el continuo
sucederse de timbrazos y docentes frente a la mirada cansada y
aburrida, saturada, de los adolescentes.
Es
cierto que en el afán de presentar los hechos en su contexto cada
uno de nosotros, profes de Literatura, Historia, Arte o Filosofía,
desplegamos una panoplia de datos que no tendrán continuidad en la
clase que haya de venir a continuación: jamás quienes redactaron
los currículos se preocuparon de que el conjunto de las áreas
pudiera constituir un todo orgánico, que fuera siquiera posible
alguna vez abordar conjuntamente, transdisciplinarmente, algún
período histórico, algún problema esencial.
No
tiene sentido ya, lo hemos repetido muchas veces, insistir en el
enciclopedismo del siglo XVIII. Pero nos resistimos también, con
mayor fuerza incluso, a despojarnos de una conciencia histórica que
tanto peligra en unos tiempos en los que se pretende hacer de la
educación, exclusivamente, una fábrica orientada a los mercados.
Las
palabras con que abríamos la entrada pertenecen al discurso leído por el
historiador José
María Jover al ser investido doctor honoris
causa por
la Universidad de Valencia hace ya un cuarto de siglo. En su opinión, nuestro empeño como docentes debiera orientarse a mostrar la historia como proceso, un proceso
comprensivo de toda la humanidad y dotado de una conexión de sentido
que permita hablar de proceso global; a mostrar también la
complejidad de cada situación histórica (para la que todo afán
interdisciplinar será siempre pequeño) y al recurso -y esto es
esencial- a la comparación entre tramos históricos, entre el pasado
del que somos herederos y el presente en que vivimos no ya como
aprendices sino como ciudadanos:
"Creo que este
[la comparación] es el buen procedimiento para acercarnos a un
conocimiento histórico global. [...] No a través de desesperados
intentos para que el alumno "aprenda" la inabarcable gama
de acontecimientos importantes que cabe registrar en un libro de
inciación [...] Sino a través de la percepción racional e
inmediata de la historia como un proceso, que continúa trepidando
bajo nuestra plantas y que ha de continuar, esperanzada o
angustiosamente, cuando nuestros hijos tomen el relevo. [...] Unas
situaciones históricas que nunca podrá apresar por entero ninguna
ciencia social aisladamente considerada, sino el esfuerzo convergente
de todas ellas; una ampliación creciente de los estudios
interdisciplinares y, no lo olvidemos, la imaginación y la capacidad
de síntesis del historiador capaz de vislumbrar la trama de
interrelaciones que liga, en una situación histórica determinada,
la amplia gama de sus principales componentes. A través, en fin, de
ese método comparativo al cual ya he dedicado suficientes palabras.
[...]
En esta labor de
formación, no ya de historiadores, sino de ciudadanos conscientes
por entero del mundo que les ha tocado vivir y del que han de
proyectar y construir para el futuro, corresponde una dura y hermosa
responsabilidad a los profesores de enseñanza media; sin duda, uno de
los colectivos profesionales españoles de más auténtica, acendrada
y abnegada vocación."
Por
tanto, la educación literaria en secundaria debiera guardar un
delicado equilibrio entre la provisión de planos y el diseño de
itinerarios, pero desde la premisa irrenunciable de que los
itinerarios explorados correspondan a los mapas compartidos, algo que
no siempre venimos haciendo. ¿Cómo han de ser esos mapas? Claros,
sencillos y rigurosos; mapas que, con una escala adecuada al viaje que hemos de emprender,
muestren las referencias imprescindibles de la historia de la
cultura. Necesitamos -sostiene Gombrich- una suerte de "credo"
secular que recoja, de manera somera, el entramado histórico de
referencias que nos permita no desprendernos de la dimensión
temporal de nuestra cultura. Y aunque Gombrich escribe esas palabras
a mediados del siglo XX, ya advierte de la necesidad de entrar en
diálogo con las culturas de otros continentes para ampliar esas
coordenadas de referencia. Eso
sí, advierte del exquisito cuidado que debemos llevar a la hora de
trasladarlo a las aulas: “No podría sobrevivir al viento helado
del sistema de exámenes. La guía telefónica puede ser examinable.
Nuestra dependencia de nuestra herencia no lo es.”
Es
en esos mapas esenciales en los que habremos de inscribir lo que
Bayard denomina "la biblioteca colectiva", definida como el
"conjunto de libros sobre en los que en determinado momento
descansa cierta cultura". Fusión por tanto de horizontes (el de
las obras y el de la recepción), e indefinición del perímetro que
a la expresión "cierta cultura" corresponde: ¿española,
europea, latinoamericana? Una vez más habríamos de referirnos a la
sucesión de círculos concéntricos que hoy por hoy conforman
nuestras identidades colectivas.
Y
para terminar: advierte Bayard con respecto a esa biblioteca colectiva
que lo importante no es haberlo leído todo, sino "saber que
[sus títulos] forman un conjunto y estar en disposición de situar
cada elemento en relación con el resto", viniendo así a
coincidir con las sabias palabras que Ernesto Sábato pronunciara
cincuenta años atrás:
"Y
no pretender enseñarlo todo: enseñar pocos episodios y problemas,
desencadenantes, estructurales. Y pocos libros, pero leídos con
pasión, única manera de vivir algo que si no es un cementerio de
palabra. Porque el pseudoenciclopedismo está siempre unido a la
enseñanza libresca, que es una de las formas de la muerte.”
El demasiado enciclopedismo ha colonizado nuestras aulas. Alumnado, docentes, incluso madres y padres, nos consolamos de vez en cuando compartiendo la angustia que esta desgracia lleva a las aulas. Sin embargo, me produce un desconsuelo tremendo el que se asuma como una especie de catástrofe natural, como una riada que se desborda para poner a prueba la resistencia pulmonar de alumnos y alumnas, de profesores. La resignación con la que la mayoría del profesorado afronta lo inabarcable de los currículos es una forma de ser cómplice con aquellas leyes educativas que ni Dios ni la madre Naturaleza, sino personas de carne y hueso, designadas por políticos, redactaron para amargarnos. El docente ha tomado la decisión de problematizar el enciclopedismo mediante un lamento quejumbroso que se derrama por los pasillos, sin alcance más allá de sus muros (¡muros!). Problematizar lo previamente despolitizado es un ejercicio de victimismo nada inteligente. Pienso.
ResponderEliminarGracias por la entrada. Como siempre, muy interesante.
Solo para poder leer comentarios como este merece la pena seguir publicando entradas. Gracias, Rosa.
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