viernes, 27 de marzo de 2020

Vietnam, de Wislawa Szymborska


Adriana nos descubre esta poesía de Wislawa Szymborska y nos cuenta cómo fue al llegar al último verso cuando encontró sentido al poema.

Mujer, ¿cómo te llamas? -No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? -No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? -No sé.
¿Desde cuándo te escondes? -No sé.
¿Por qué me mordiste el dedo cordial? -No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? -No sé.
¿A favor de quién estás? -No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. -No sé.
¿Existe todavía tu aldea? -No sé.
¿Estos son tus hijos? -Sí.


Wislawa Szymborska fue una poeta y traductora polaca, que vivió de 1923 hasta 2012. Comenzó a escribir poesía a los cinco años en la escuela primaria y tuvo que estudiar clandestinamente en una Polonia ocupada por los nazis (Segunda Guerra Mundial), contando con el apoyo de su familia. Al terminar la esta, defendió apasionadamente la ideología comunista aunque con el tiempo terminaría por dejar de apoyar este pensamiento. En marzo de 1945, un periódico de Cracovia publicó su poema Szukam slowa (Buscando la palabra) y pronto otros poemas suyos comenzaron a aparecer en más periódicos. Fue autora de más de 15 libros de poesía y también se dedicó a ilustrar y editar. Ganó el premio Nobel de Literatura en 1996 y su popularidad se debió también a la traducción que hizo de grandes obras universales al polaco.

Lo que me transmite este poema en un primer momento es horror, rabia, desolación al ponerme en la piel de una mujer que probablemente lo haya perdido todo, o casi todo, que estará perdida, buscando refugio en una tierra que quizá ni sea la suya. Es irónico hablar de pertenencia a una nación cuando la guerra te lo ha quitado todo, hasta las palabras, hasta esa “tierra tuya”. No es hasta el último verso cuando conecto completamente con la mujer que la autora me está presentando, cuando veo que el amor de una madre lo puede todo. La mujer, que ha respondido dubitativamente a todas las preguntas presentadas, tiene clara una cosa: esos son sus hijos y nadie se los puede arrebatar. Se aferra a ese sentimiento de amor materno, sin importarle lo demás, aún no sabiendo en qué situación se encuentra en ese momento, cuánto tiempo lleva escondida en esa madriguera ni si su aldea ha sido destruida. Tal es el grado de confusión y aturdimiento que no sabe tampoco los años que tiene de vida, quizá crea que todo sea un sueño, una pesadilla. Lo único seguro es que debe proteger a sus hijos.
 
Mediante preguntas y respuestas cortas y sencillas, la autora ha conseguido que agradezca el hecho de no tener que esconderme de nada, de estar a salvo, de algo tan simple como agradecer estar viva. Ser consciente una vez más de las situaciones que viven día a día familias, niños y niñas como yo,  que de repente, el “mundo” decide que les toca ser realmente fuertes y hacer frente a una guerra. De que los problemas de los que muchas veces nos quejamos son banales, puramente materiales. De que dejar atrás todo lo que conocemos no sería tarea fácil. De cómo sobrevivir a una guerra puede hacer que cambies la perspectiva al mirar tu entorno, que todo se basa en dónde ponemos el acento. Del dolor que puede experimentar un padre al ver en una guerra las ruinas de su casa, de su familia, de su futuro, de su vida; el dolor que supone enterrar a un hijo. 

La primera pregunta que me vino a la cabeza al comenzar a leer fue: “¿Cómo se puede empezar un poema con un diálogo tan absurdo?”, y  sin embargo, mis pensamientos al terminar cambiaron radicalmente: “Sin decir nada, lo dice todo”. Espero que algún día este poema deje de salirse del papel y presentarse en la realidad: que se quede en lo que debería ser, ficción.


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