¿Por
qué Moratín -El sí de las niñas- y no Mary Wollstonecraft
-y su Vindicación de los derechos de la mujer-? ¿Por
qué Fray Benito Feijoo y no Robinson Crusoe? ¿Por qué
Samaniego y no Los viajes de Gulliver? ¿Es importante estudiar la literatura española del siglo XVIII?
No
tengo claro, nada claro, que la educación literaria en la Secundaria
Obligatoria haya de pasar por la lectura de textos del siglo XVIII.
No tengo claro tampoco que la aproximación a los clásicos de la
literatura haya de consistir en el estudio exhaustivo y cronológico
de la historia literaria. Y mucho menos aún que el canon escolar
haya de estar integrado únicamente por los clásicos de la
historiografía literaria nacional. En estos tiempos en que tanto se
habla de nacionalismos, hagámonos mirar el nuestro.
Pero
ya estoy harta. Harta de pretender que mi alumnado de 4º ESO -chicas
y chicos de 15 o 16 años, refractarios a la lectura en muchos casos,
pero llenos de preguntas e inquietudes- tengan que travestirse en
forenses para acercarse a textos con los que les es imposible
establecer un diálogo vivo y fecundo. Espronceda, Galdós, Unamuno,
podrán ser tal vez textos de llegada, pero en ningún caso son los
textos idóneos para familiarizar a las jóvenes generaciones con
nuestra biblioteca colectiva. Adoro a Galdós y a Clarín, pero año
tras año me estrello con ellos en las aulas de 4º ESO. ¿Qué
demonios les importan a mis estudiantes los problemas conyugales -y
los delirios religiosos- de sus protagonistas? Y no, no se trata de
hacer juegos de magia para hacer digerir lo que hoy por hoy no alimenta.
No es para eso para lo que quiero las TIC en mi clase.
Ya
me cansé. No pienso, como pretende el currículo, "leer textos
teatrales, ensayísticos y poéticos" de la España
dieciochesca. Claro que considero necesario transmitir a las nuevas
generaciones un cierto mapa de la cultura. Claro que considero
irrenunciable ponerles en contacto con los clásicos desde bien
pequeñitos. Pero no perdamos nunca de vista que los itinerarios han
de diseñarse desde el preciso horizonte de los lectores a que van
destinados, y que los caminos posibles son infinitos (aunque en gran parte inexplorados por culpa de unos currículos asfixiantes). No perdamos tampoco de vista el contexto -este sangrante
mundo del siglo XXI- en que el diálogo entre el ayer y el hoy habrá
de tener lugar.
¿Feijoo,
Samaniego, Moratín? Honestamente, no lo veo. Y como no lo veo, no puedo hacer de
Tiresias en el Reino de los Muertos. Vayamos al XVIII si es preciso
-llevo décadas tratando de respetar los currículos aun a fuerza de
caminar por sus costuras y de renunciar a aquellos cursos que
supondrían una traición a mi misma y al respeto que me merecen los
adolescentes y la literatura-. Vayamos al siglo XVIII,
decía, si es preciso. Pero hablemos de
Los viajes de Gulliver,
uno de esos libros de los que todo el mundo sabe algo aun sin haberlo
leído, y de su satírica denuncia del patriotismo huero; de su
denuncia también de una historia construida a golpe de guerra, destrucción y
muerte. Hablemos de Robinson Crusoe, otro clásico que nutre nuestro
acervo compartido, y reflexionemos en clase acerca de la relación de
Robinson con Viernes, y de esa incuestionada asunción de la supremacía de la raza blanca. Analicemos también la actitud de Robinson ante la naturaleza. ¿Hay acaso algo más actual? ¿Algo que mejor explique
los derroteros de la civilización occidental en los últimos
doscientos años?
¿Cuándo
diablos podremos escapar de la prisión de un currículo prescriptivo e interminable?
Entre tanto, habremos de contentarnos con, o bien utilizar a los
clásicos como espuela para la escritura (y algo de eso haré un año
más en las próximas semanas a propósito de Cadalso y sus Cartas marruecas), o bien saltar las bardas de nuestras fronteras patrias y
acudir, si de dibujar un mapa de la cultura se trata, a aquellos
títulos que aún hoy iluminan nuestro presente.
Cierro
este irritado post con una pequeña anécdota. Andábamos estos días
en el instituto preparando actividades en torno al 25 de noviembre y,
al ir a poner unos textos de Simone de Beauvoir en los paneles de
entrada a la biblioteca, alguien me dijo: "Estos ni saben quién
es Simone de Beauvoir." "Tan grave me parece -repliqué-
que salgan del instituto sin saber quién fue Lope de Vega como que
salgan sin haber oido hablar de Simone de Beauvoir."
¿De
verdad hay que seguir dorándole la píldora al despotismo ilustrado
leyendo una vez más en las aulas El
sí de las niñas,
en lugar de acercarnos directamente a algunos de los textos de la primera ola del feminismo? Porque Olimpia de Gouges, Mary
Wollestonecraft, ya estaban allí.
"Qué triste, profe, -me
decía ayer una de mis alumnas- ver que tantas veces parecía que iba
a conseguirse algo y que aún estemos así".
Excelente entrada. Reflexión muy necesaria. Para mí es triste que los adolescentes no conozcan a Mary Wollestonecraft pero mucho más grave es que yo, con 47 años, supiera de esta autora hace tan sólo dos años. Bien escondida la teníamos,y contra eso es contra lo que creo que hay que rebelarse. Muchas gracias por la entrada.
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