martes, 27 de septiembre de 2016

Lecturas compartidas y recomendaciones a la carta

UN FINAL DESGRACIADO

Lean esta imagen de Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía de este año, de arriba abajo y de izquierda a derecha, como si fuera un texto. Despacio. Cuenta toda una historia.


Si leyéramos  esta fotografía de izquierda a derecha y de arriba abajo, como un texto, los dos primeros tercios del relato nos parecerían amables, casi una postal. He ahí una mujer africana descansando plácidamente con su hija. Sin duda, nos detendríamos en la nuca de la joven y después en sus hombros desnudos. Tal vez siguiéramos por un momento la trayectoria de los brazos para regresar luego, también a través de ellos, a su espalda y alcanzar, tras la lectura del corpiño, la cintura, donde el relato se ensancha, y no sólo por las caderas. De súbito, hemos descubierto a la niña, que duerme con un abandono semejante al de la madre, completando un cuadro que podríamos calificar de delicioso (de ameno, si ustedes prefieren).


 Y ya estamos a punto de abandonar la lectura de la imagen, porque lo hacemos todo a la carrera, y porque  apenas quedan una líneas que presumiblemente no aportarán nada nuevo a la postal, cuando una incongruencia rompe el idilio que veníamos manteniendo con el texto. Volvemos a mirar, a leer con más detenimiento y, efectivamente, esos artefactos que asoman por debajo del vuelo de la falda no son dos piernas, sino un par de prótesis brutales. sea, que la historia  terminal mal, lo que nos obliga a releerla de nuevo desde el principio, en una clave diferente. ¿Por qué lo que había comenzado casi como una novela rosa termina como un cuento de terror? Porque la imagen pertenece a una serie que trata de gente rota por las minas antipersonas. La mujer se llama Sofía y la niña, entera de momento, Alía.
             
  Juan José Millás, El País Semanal. 13 de diciembre de 2009


Este es la imagen y este es el texto con que he presentado a mi alumnado de 4º la que será la primera lectura compartida del curso: El secreto del fuego, de Henning Mankell. 


Este libro abre la “trilogía de Mozambique” del escritor sueco, y tiene como protagonista a Sofía, la misma Sofía que vivió, de la noche a la mañana, la amputación de sus dos piernas.  

¿Por qué esta elección? Cuando les digo a mis estudiantes en los primeros días que quiero conocerlos antes de decidir qué libro o qué libros leeremos, qué haremos después con lo leído, no sé si acaban de creérselo. Pero es cierto.


Antes incluso de proceder a esa sesión de presentación de las preferencias lectoras de cada uno, de cada una, habíamos hablado en clase -fue el primer día- acerca de cómo abordar la educación literaria este curso. Yo les había explicado que el currículo concede la misma importancia al estudio de la historia de la literatura española que a la lectura libre y autónoma de libros íntegros o la creación y la investigación. Chicas y chicos daban por supuesto que cada trimestre habrían de leer al menos un libro “obligatorio”, lo que dio pie a un jugoso diálogo acerca de los pros y los contras de cada una de las formas de plantear esta lectura:
  • Compartir una lectura por trimestre. ¿El principal obstáculo? Dar con un título que contente a todos, que encaje en hábitos y preferencias tan diversas. ¿Las ventajas? Poder conversar todos luego sobre el libro. De la misma manera que, cuando vamos al cine acompañados, la gratificación final procede tanto de la película elegida como de la conversación a que ha dado lugar, así un buen coloquio sobre un libro puede modificar la opinión que sobre este teníamos inicialmente y ayudarnos a sacar mucho más partido a la lectura. Ello permite también el acompañamiento docente del proceso, la mediación entre libros y lectores.
  • Proponer una lista (breve) con títulos de diferentes temas y grados de complejidad. La principal ventaja es evidente: de entrada parece más fácil afinar con los gustos personales. Otra ventaja es también la fórmula habitual que seguimos para compartir más tarde la lectura: quienes coincidieron en el mismo título preparan una mesa redonda en que presentan el libro a sus compañeros y dialogan sobre los aspectos que más llamaron su atención. ¿La dificultad? Conseguir suscitar el interés de los demás por el libro sin arruinar con un spoiler su lectura. El coloquio, es inevitable, ha de dejar fuera aspectos quizá determinantes.
  • Confeccionar una lista mucho más amplia entre todos los integrantes del grupo. Las ventajas son claras. ¿Los “peros”? Que renunciamos de entrada a una posible mediación docente en la selección y en el acompañamiento: imposible haberlos leído todos. Por otra parte, difícilmente conseguiremos llevar a los estudiantes más lejos de allí donde ya están. Sin embargo, debemos reconocer que esta opción contribuye también de manera indudable a alimentar el hábito lector. A nadie confieren más crédito los adolescentes que a sus iguales.
  • Libertad absoluta. A las ventajas y desventajas de la anterior, había que sumar aún otra consideración, sintetizada en las palabras de Aitor: “Yo, como me pueda escaquear de la lectura, me voy a escaquear”. Y había en sus palabras un ruego implícito de que no se lo pusiéramos tan fácil.

Lo cierto es que al final me dieron carta blanca. Una baza a nuestro favor -pero también una enorme responsabilidad- es la naturalidad con que el alumnado asume la legitimidad de la escuela para prescribir la lectura obligatoria de un libro por trimestre. Es verdad que “obligación” y “lectura” son palabras que se avienen mal. Pero ese reconocimiento es también una oportunidad de “detener el tiempo” y conseguir que quien nunca ve el momento de coger un libro entre las manos, lo haga. Una oportunidad de que los más reacios a la lectura puedan tener una experiencia gratificante, de las que dejan huella. Y una oportunidad también de “sacar” de su encasillamiento a los lectores voraces pero adictos a un solo género. Están dispuestos a ponerse en nuestras manos por un rato. Están dispuestos a dejar otros reclamos y a intentarlo. Y no es poco. Pero nada garantiza que acepten llegar hasta la última página de los libros propuestos. 
 
Han sido dos semanas de relecturas frenéticas por mi parte, de constantes cambios de opinión, de múltiples conversaciones con colegas y con jóvenes de mi entorno, de dudas y vacilaciones. Pero han sido días también de fecunda reflexión, de un enésimo replanteamiento acerca de cuál es el para qué de la prescripción lectora en la escuela, a la que no doy todos los años la misma respuesta. (Aunque sí hay un requisito que procuro cumplan siempre los libros propuestos: brevedad. Es la única manera de atraer a sus páginas a los no lectores. Es la única manera de no cortar las alas a la lectura autónoma de los muy lectores).
 
Finalmente me he inclinado por un híbrido de las fórmulas anteriormente reseñadas:

  • En este primer trimestre al menos sí habrá una lectura compartida, y será el libro de Mankell. ¿Por qué El secreto del fuego? Porque favorece la lectura identificativa -imposible no empatizar con la protagonista- pero obliga a los adolescentes a salir de sí mismos. El secreto del fuego se sitúa en ese territorio intermedio entre el yo adolescente y un mundo cuya lectura ha de estimular también la escuela. No pocas de las vivencias de Sofía serán familiares a muchos de mis alumnos y alumnas -el dolor físico, la pérdida de un ser querido, la llegada a una ciudad desconocida, la violencia en el hogar, la imperiosa necesidad de sobreponerse a la adversidad-, pero el hecho de mirarlas a través de un relato cuyas coordenadas espaciales quedan lejos de nosotros puede favorecer, paradójicamente, una identificación menos lesiva para quien comparte con Sofía experiencia y sufrimiento. Por otra parte, encaja bien con el proyecto que tengo previsto proponer al hilo del Realismo: convertir a mis estudiantes por un día en fotoperiodistas: a la manera de Gervasio Sánchez, a la manera también de los escritores del XIX, habrán de decidir en qué rincón de nuestras ciudades colocan su cámara. Habrán luego, como Juanjo Millás, de glosar esa imagen. Y por último, tal y como hace Mankell, escribir un relato. Pero es que además El secreto del fuego nos permite el acceso a otras muchas constelaciones y otras muchas lecturas...

  • Habrá también “Recomendaciones a la carta”. Así, a Hristian, fascinado por Dorian Grey, le sugeriremos otros “malditos” de la literatura: desde el Holden Caufield de El Guardián entre el centeno a Demian de Herman Hesse. A Carlota, que reniega de la literatura pero adora los animales, le presentaremos a Gerald Durrell y Jack London. A Desi, a quien atraen los personajes aquejados de alguna enfermedad, le recomendaremos De ratones y hombres o El curioso incidente del perro a medianoche. A Jorge, que una vez leyó un libro de Agatha Christie y le gustó, lo animaremos a probar con Conan Doyle y Allan Poe. A Marina, que siente curiosidad por Jane Austen, le mostraremos cuanto de ella tenemos en la biblioteca, que no es poco. Y para quienes se resisten a salir del realismo adolescente, les sugeriremos Todo por una chica, de Nick Hornby; Deseo de ser punk, de Belén Gopegui; El otro barrio, de Elvira Lindo; Monstruo de ojos verdes, de Joyce Carol Oates. Finalmente, a los atraídos por la intriga y el suspense, les hablaremos de No tengo miedo, de Niccolò Ammaniti, o incluso La noche del cazador, por si se atreven... Las recomendaciones se irán multiplicando a lo largo de los meses al hilo de mil conversaciones.
  • Buscaremos también las condiciones para favorecer esa habitación propia que reclaman: puede ser un corcho en un pasillo en que unos y otras se den noticia de lo que leen completamente al margen de la escuela, o sesiones periódicas en la biblioteca sin otro fin que “hablar de libros”. 
     
  • Por último, y al hilo del recorrido por la historia de la literatura española, nos saldremos cuanto podamos de esas estrechas fronteras y les recomendaremos (de manera muy especial a los lectores más sólidos) algunos títulos canónicos con los que tal vez puedan ya conectar: de Frankenstein a Jane Austen, de El Conde de Montecristo a Bel Ami, sin desdeñar tampoco algunas adaptaciones cinematográficas, puerta de entrada para muchos en el imaginario compartido de Occidente. Y esperamos llegar -pronto- al siglo XX.

Nuestra intención es que las modalidades de lectura, la selección de los textos y el acompañamiento docente propicien el diseño de "itinerarios de progreso" para todos y cada uno de nuestros estudiantes. Pero debemos partir de allí donde ahora están.

En esta tarea de facilitarles el acceso a obras cada vez más complejas, a lecturas más complejas de las obras, es imprescindible la coordinación con el equipo docente y con el resto de miembros de nuestro departamento. Con el primero, para que haya una coherencia interna -y una cierta complementariedad- entre lo que unos y otros proponemos, no vaya ser que en la cruzada en favor de la lectura atosiguemos a los adolescentes con una sobredosis de títulos. Con demasiada frecuencia se olvida que la responsabilidad del docente es enseñar a leer los textos propios de su área (y no multiplicar hasta la asfixia los textos literarios. Y en el seno del departamento, no tanto para homogeneizar las propuestas sino para hacer explícitos los criterios que nos llevan a barajar unos títulos u otros. Solo así conseguiremos, poco a poco, construir itinerarios respetuosos con los aprendices y coherentes con los objetivos que decimos perseguir: fomentar el hábito lector, desarrollar habilidades de interpretación y tender puentes entre la biblioteca personal de nuestro alumnado y la biblioteca colectiva de nuestra cultura (con un posesivo, al fin, de más ancho perímetro que el de los currículos). 

 "Biblioteca". Andrea Musso

4 comentarios:

  1. Gracias por esta entrada tan rica, tan meditada y tan sugerente.

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  2. ¡Qué delicia de entrada! ¡Todas las ideas son fantásticas! ¡Muchas gracias!

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  3. Dice Gabriela Reyes -cito de memoria- que es la cofradía, el gremio, lo que sostiene a los lectores. También a los docentes. Y con mayor motivo aún a quienes hemos de pasarnos de mano en mano, de boca en boca, sugerencias de lectura para afinar aún más en nuestro quehacer como mediadores entre los libros y los jóvenes. Gracias de corazón a vosotras por continuar el diálogo.

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